lunes, 23 de julio de 2012
domingo, 15 de julio de 2012
9 DE JULIO
9 DE JULIO
1816:
Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata
1947:
Acta de Independencia Económica de la Nación Argentina
2012:
Por la Tercera Independencia Nacional
«¡Qué solos y qué pobres, pero qué fuertes y espiritualmente ricos en virtudes propias de nuestra raza debieron sentirse los fundadores de la patria!»
(Juan Domingo Perón, 9 de julio de 1946)
Por la Tercera Independencia Nacional
En julio de 1816, representantes de los pueblos de las Provincias Unidas de Sudamérica declararon la ruptura de los vínculos que ligaban a esta región con los reyes de España, la recuperación de los derechos de los que habían sido despojados para proclamarse como nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, y de toda dominación extranjera. Eran todas difíciles para nuestra Patria Grande, sometida a la presión de la reacción contrarrevolucionaria, de conspiraciones oscuras contra el ejército libertador de San Martín, de amenazas de invasión en el norte, de invasiones portuguesas sobre la Banda Oriental, de rencillas internas entre porteños y provincianos y de rivalidades caudillescas.
Pese a ello, los congresales reunidos en San Miguel del Tucumán creyeron firmemente en sí mismos y en el futuro de nuestra Patria. Por eso, pudieron rasgar las tinieblas y oscuridades que se cernían sobre nuestra nación incipiente, y llenos y animados del santo ardor de la justicia proclamaron nuestra Independencia política, para convertirse en los héroes tutelares e inmortales de nuestra soberanía.
Al presentar su Primer Plan Quinquenal, el general Perón había afirmado que entre las ambiciones y necesidades de su incipiente gobierno se contaba el anhelo de lograr la liberación absoluta de todo colonialismo económico, para rescatar al país de la dependencia de las finanzas foráneas. En julio de 1947, en la misma casa histórica en la que se proclamó la independencia patria, el gobierno del General Perón promulgó el Acta de la Independencia Económica, mediante la cual se reafirmaba el propósito del pueblo argentino de consumar su emancipación económica frente a los poderes capitalistas foráneos que hasta ese entonces habían ejercido el control y dominio de nuestra economía, bajo las formas de hegemonías económicas condenables y de los inescrupulosos nativos vinculados a dichos poderes foráneos.
Mediante este acto, se conmemoraba la gesta de 1816, actualizando sus propósitos libertadores y afianzando las raíces productivas que la fortalecían y nutrían. Se continuaba así la liberación de nuestra Patria, con una economía recuperada, libre del capitalismo foráneo, al igual que de las hegemonías económicas mundiales y de las nacionales comprometidas con éstas.
Hoy, los argentinos nos encontramos sometidos a la agresión integral del poder financiero internacional y a los intereses ligados a él, que desde 1976 y en forma ininterrumpida no sólo ha arrasado con la organización productiva de nuestra Patria, para volver a convertirnos en un país-granero, sino que además ha aniquilado las conquistas laborales y obreras, diluido nuestra identidad cultural y nacional y extranjerizado al extremo los recursos naturales y las finanzas de nuestra Patria. Como aliados de este criminal accionar, este poder inhumano ha contado con el aporte cipayo de dirigentes y funcionarios, pasados y actuales, que han hipotecado y siguen hipotecando la riqueza de nuestro país a la avidez extranjera mundialista, llegando a admitir la infamia que poderes inherentes a nuestra soberanía se ejerciten dentro de nuestro territorio, a través de núcleos foráneos enquistados en los engranajes de nuestra economía.
Por eso, frente a esta postración económica, social y política de nuestra Patria, saqueada integralmente por izquierda y por derecha, y frente a la mentira institucionalizada que pretende hacer creer que estamos en presencia de un proceso nac&por, cuando en realidad estamos recorriendo el camino de un nuevo sometimiento al imperialismo internacional del dinero, nos abrazamos a los ideales emancipadores y liberadores de nuestros Padres fundadores y a las banderas supremas y eternas de la Soberanía política, la Independencia económica y la Justicia social; nos aferramos al riquísimo patrimonio espiritual heredado de los caudillos y líderes de nuestra Nación y de la Patria Grande hispanoamericana, quienes pusieron por delante el corazón de patriotas y ofrecieron a nuestros antepasados lo mejor de sí mismos. En tal sentido, reafirmamos nuestro compromiso de levantar las banderas liberadoras y dignificadoras de nuestra Patria, para continuar y asegurar los esfuerzos y las luchas de todos los héroes y patriotas que ofrendaron su existencia para forjar la felicidad de nuestro pueblo y la grandeza de nuestra Nación.
Por la definitiva Independencia de nuestra Patria
PERÓN VIVE
jueves, 5 de julio de 2012
Algo sobre la humildad
Alberto
Buela (*)
Hace
ya más de medio siglo Otto Bollnow (1903-1991), uno de los tantos buenos
filósofos alemanes[1] que quedaron opacados por
la sombra del Mago de Friburgo, sostuvo que hay una evolución de las virtudes
según las distintas situaciones de la historia y que se adoptan unas y se
posponen otras según el fondo de la concepción del hombre de cada época.
La
humildad es una de esas virtudes que parecen desaparecer del universo del
hombre de nuestros días en la medida en que se ha entronizado el individualismo
y su secuela de egoísmo, subjetivismo, narcisismo y relativismo productos de la
concepción liberal del hombre, el mundo y sus problemas.
El
término humildad nace originariamente del
término latino humus que significa tierra, luego deriva en humilis: de poca altura, para terminar
en humilitas, que significa pegado a la tierra, que se arrastra o
abajamiento.
La
historia etimológica del término ya no da una idea distinta del concepto común
de humildad, cuando se afirma que humilde es la persona modesta, sencilla, que
no hace mal a nadie, que no reacciona nunca cuando la ofenden, en una palabra, que
es “una mosca muerta”.
Por
el contrario, su etimología nos dice que humilde es aquel que “tiene los pies
en la tierra”, que sabe “quien es”, que no se cree más pero tampoco menos. En
sentido estricto la humildad nos permite reconocer tanto las debilidades como
las capacidades y obrar de acuerdo a ambas.
Sin
embargo si profundizamos un poco más, la humildad no se agota en el
conocimiento de sí, sino que siempre reclama la existencia de un superior. Es
por eso que de Dios no se puede decir que es humilde o que la humildad es una
cualidad de Él, pues Dios no tiene nada superior a sí. Este es el por qué la
humildad es una virtud cristiana. Virtud que para los filósofos griegos fue
inconcebible, aún cuando hay algunos que vinculan la humildad erróneamente el
principio socrático “sólo sé que no sé
nada”, cuando lo que está mentando este principio es el problema del
conocimiento, pero que en Sócrates tiene una derivación moral pues para él, el
mal se realiza por ignorancia y en forma involuntaria.
Después de estas dos aproximaciones a
la noción de humildad vemos que ella posee dos rasgos: abajamiento y sumisión.
Dentro del cuadro de las grandes
virtudes cardinales que nos llegan desde Platón: prudencia, justicia, fortaleza
y templanza; la humildad se vincula a ésta última como virtud de la medida, de
la mesura. Porque la prudencia es la
determinación por el sapiente (saber práctico) del bien en cada circunstancia.
La justicia el establecimiento o restitución del bien, dándole a cada uno lo
que le corresponde. La fortaleza la fuerza, que soporta y emprende, para
buscarlo y mantenerlo. Y La temperancia la moderación, sensata y serena, para
no perderlo.
El abajamiento, propiamente la humilitas, ha sido puesto de manifiesto en la magnífica definición
que nos legó San Bernardo: la virtud por
la que el hombre conociéndose como realmente es, se rebaja. Dice de sí y
sobre lo que dicen de él: “no tiene
importancia. ”
En tanto que la sumisión está marcada en la
definición que nos llega de Santo Tomás: consiste
en mantenerse dentro de los propios límites sometiéndose a la autoridad
superior. Y ese superior es, propiamente, Dios; a quien el humilde se
somete de por vida. Y cuando se somete a los otros o a sus superiores lo hace
por Dios.
Esta relación entre abajamiento y sumisión, entre
rebajamiento y subordinación es el corazón de la dialéctica de la humildad: me rebajo porque subo y me someto porque me
elevo. No soy nada a los ojos de Dios pues mi condición rastrera (humilitas) no
me permite creerme más de lo que soy sino que tengo que rebajarme ante sus ojos
y por Él ante los otros. Como vemos, esto es inconcebible en el mundo
greco-pagano, que a lo que más que llegó, en este terreno, es a la idea de
autoconocimiento con el gnwqi
seauton=gnothi seautón, el conócete a ti mismo.
Como toda virtud, entendida ésta como repetición de
hábitos buenos, y siguiendo la teoría de Aristóteles, que en este tema resultó
la más eficaz en todo el largo desarrollo de la filosofía por más de 2500 años,
la humildad debe ser entendida como el término medio entre la soberbia y la
autodenigración.
Hablando teológicamente siempre se ha opuesto la
humildad de Cristo en la cruz que obedece al Padre: hágase en mi según tu palabra, a la soberbia de Lucifer, el portador de la
luz, el más bello de los ángeles que por ser tal se subleva contra Dios y se
convierte en Satanás, el enemigo de Dios.
Así la soberbia es creerse más de lo que uno es y la
autodenigración o auto abyección es considerarse mucho memos de lo que uno es.
Pero como el término medio en el obrar humano no es un medio geométrico,
apreciamos que la humildad, por la humilitas,
está más cerca de la autodenigración
que de la soberbia. Esto se ve en la expresión latina que se atribuye a San
Anselmo hablando de la humildad: contemptibilem
se esse cognoscere (reconocerse despreciable o conocerse a sí
despreciativamente).
Dentro de la ascética cristiana se destaca en este
tema: San Benito abad (480-547) con su famosísima
Regula monachorum (Regla de los monjes).
Allí él distingue, en el capítulo VII hablando sobre
la humildad, doce grados: 1) tener siempre presente el temor de Dios y
acordarse de sus mandamientos. 2) no satisfacer su propia voluntad. 3)
sujetarse por amor a Dios al superior. 4) paciencia ante las adversidades e
injurias. 5) descubrir al superior por la confesión sus faltas ocultas. 6)
vivir con contento por más que lo humillen o abatan. 7) decir y convencerse que
es el último y más despreciable de todos. 8) nada haga sino lo que ordenen las
leyes del monasterio. 9) reprimir la lengua hasta ser preguntado (no es posible hablar mucho sin pecar).
10) no ser propenso a reír (el necio en la
risa levanta la voz). 11) hablar con suavidad y poco. 12) que el
abajamiento se manifieste en todos cuantos lo vean.
Vemos
como estos diversos grados se fundan en el sometimiento por el temor de Dios,
pasa luego al sometimiento al superior y los otros y termina en el abajamiento
de sí, “teniendo siempre inclinada la
cabeza, clavados los ojos en tierra y juzgándose reo a todas horas por sus
pecados”[2]
Así,
a través de esta la relación dialéctica entre sometimiento-abajamiento y
abajamiento-sometimiento, hemos intentado mostrar la esencia de la humildad y
como se puede llegar a ella mediante el esfuerzo humano, sólo falta una cosa la gracia de Dios, pero esto ya no es
filosofía ni depende de nosotros.
domingo, 1 de julio de 2012
El transito a la inmortalidad de Juan Domingo Perón
38º Aniversario del Tránsito a la Inmortalidad de JUAN DOMINGO PERÓN
(1974 – 1º de Julio – 2012)
«Perón está tan identificado con la Patria que yo veo en él a la Patria misma. […] Perón es un ideal encarnado. Perón es el ideal argentino hecho figura de hombre. Es el viejo ideal de todas las esperanzas hecho carne. Por eso el movimiento político puede tenerlo como Líder único sin correr el peligro de desaparecer el día infausto que falte Perón, porque siempre quedará Perón al frente de su pueblo como un ideal, como una bandera, como guía, como estrella para señalar en las noches el camino de la victoria»
(Eva Perón, 16 de diciembre de 1949)
Inmenso e inconmensurable fue nuestro dolor hace ya 38 años, cuando en ese luminoso mediodía del lunes 1 de julio el General Perón partió hacia la inmortalidad. Como bien nos enseñara Eva Perón, sabíamos y sabemos que Perón es el “rostro de Dios” en medio de estos tiempos tenebrosos y de un mundo cada vez más caótico. Por eso estamos convencidos que nuestro querido General ha recibido el premio de la gloria eterna por haber amado hasta el extremo a nuestra bendita Nación y al Pueblo de la patria por el que ofrendó su vida. Por eso sabemos y estamos convencidos que PERÓN VIVE, porque nos ha legado su Doctrina como reaseguro eterno del futuro de la Argentina.
El mejor homenaje que hoy le podemos brindar a quien nos regaló una causa noble por la cual luchar y vivir, para justificar nuestro paso por la vida, es el de hacerlo volver del exilio histórico al que lo ha pretendido enviar una dirigencia cansada y avejentada, y continuar su obra reparadora y redentora de nuestra Patria, porque la luz de Perón sigue brillando en medio de nosotros como llama épica y sagrada que ilumina el camino de la victoria.
Como rostro de Dios y como estrella que señala el camino de la victoria, el general Perón ESTÁ PRESENTE EN MEDIO DE NOSOTROS, animando espiritualmente nuestras almas, modelando sabiamente nuestras mentes e inflamando de amor nuestros corazones, para que nos decidamos a ser fieles hijos suyo y a llevar al triunfo final su proyecto nacional, mediante la unión de todos los argentinos de bien.
En este día de gloria nos comprometemos a cumplir la voluntad y los sueños del General, siendo artífices del destino común que nos une y nos hermana, para volver a hacer realidad la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica que implantó en nuestra querida Argentina, ofrendando nuestras vidas hasta el final de nuestra existencia, para gloria de nuestra Patria y honor de Dios.
Querido General Juan Domingo Perón, tuyos son el poder y la gloria, para felicidad de nuestro Pueblo y para grandeza de nuestra Nación.
¡PERÓN VIVE!
Correo electrónico: primerolapatria@ymail.com
sábado, 30 de junio de 2012
LOS "OTROS" DE LOS 70
(los que nunca cobraron por
militar)
Alberto Buela (*)
Mucho
se ha escrito sobre la generación de los setenta en Argentina, sobre todo
porque ese calificativo lo utilizaron y lo utilizan a rajatabla la izquierda y
los montoneros, quienes desde la restauración democrática del 83 monopolizaron
el sufrimiento y la victimización.
Ellos
recibieron los 250.000 dólares por cabeza del gobierno neoliberal de Menem[1]
por haber sufrido la violencia del Estado a través del gobierno de la dictadura
militar (1976/83). Y ellos se quedaron con el poder del Estado en el gobierno
de los Kirchner del 2003 a la fecha.
El
tema de las generaciones es una ocurrencia de Ortega y Gasset, que si bien no
fue un gran filósofo, fue un gran divulgador de las ideas alemanas en filosofía
en la primera mitad del siglo XX y que tuvo algunos chispazos de ocurrencia.
Así por ejemplo, cuando estuvo en Argentina (varias veces) tuvo afirmaciones
como estas: “la pampa con su horizonte
sin límites nos indica que el ser de la Argentina es: ser promesa”. O esta
otra: “Buenos Aires con sus calles
arboladas es la ciudad de la esperanza” (Claro está, los árboles tiene
hojas verdes y el verde es el color de la esperanza. ¡Qué extraordinario!.
El
asunto es que esta idea de las generaciones es más que nada una idea
instrumental y didáctica para explicar la historia de la literatura, las
tendencias políticas y alguna que otra coincidencia de ideas en un mismo período
de tiempo. Eso es todo.
Pues
ni todos los hombres de una misma generación piensan lo mismo, tienen los
mismos valores ni actúan de igual forma. Existe, eso sí, un tono general de la
época expresado en modas, hábitos, costumbres, comidas y posturas, pero poco se
puede colegir de todo ello.
Dada
por buena esta teoría de las generaciones, que como vimos nosotros
cuestionamos, se ha sostenido que las generaciones llegan a su floruit, a su expresión más apropiada a
los veinticinco años de su nacimiento (Ortega sostenía, entre otras
arbitrariedades, que el hombre llegaba a su plenitud intelectual a los 26 años)
de modo que la generación de los años 70 estuvo constituida por hombres nacidos
entre el 45 y el 55.
Nosotros
formamos por derecho propio parte de estos hombres y no fuimos ni de izquierda,
ni montoneros, ni fascistas, ni nacionalistas católicos: simplemente
peronistas. Y ahí quedamos como la feta de mortadela en el sándwich.
No
necesitamos que Perón echara a los montoneros de la Plaza de Mayo para saber
que ellos habían asesinado a Rucci y a Vandor. O saber que la izquierda,
siempre gorila, había asesinado a José Alonso o a compañeros nuestros como
Castrofini.
Los
peronistas genuinos tuvimos además que soportar el estar rodeados por ese
engendro que fue el grupo de Guardia de Hierro, una especie de peronismo pasado
por agua bendita, al que en estos días José Feinmann, trató de “peronismo tonto”[2].
El personaje emblemático de este grupo ha sido Julio Bárbaro, quien fue
empleado de Menem, de Duhalde y de Kirchner y hoy se jacta de ser amigo al
mismo tiempo y por el mismo precio de Macri, Moyano y Scioli. Es toda una
caracterización de la actitud que ha tenido este grupo durante toda su larga
historia: un oportunismo sin límites, apoyado en la indefinición de un miasma ideológico que va desde el socialismo al fascismo
o del catolicismo ortodoxo al apoyo irrestricto de la judería.
Pero
si no queda la izquierda, ni la cipaya ni la otra, ni los montoneros, ni los
peronistas en agua bendita, ¿quién queda? Quedan los miles de militantes
barriales, de las fábricas, en los sindicatos, en las múltiples asociaciones
sociales. Quedan, en una palabra, los miles de peronistas sin aditamentos que
conforman el pueblo peronista.
Nosotros
hemos encarnado ese pueblo peronista porque nosotros somos ese pueblo. Hombres
como Agosto, el inefable Mario Granero, Ponsico, Poggi, el Mono Graci, Américo
Rial, Brieba, el mencionado Miguel Ángel
Castrofini (lo asesina el ERP en 1974), O.Silva, Cánepa, Azcona, Vacarrezza, Gergo,
Dall`Aglio, Uriondo, Chindemi, Amilcar, Pesatti, Di Blasio. P. Sanguinetti y pensadores
como Mason, Cagni, Maresca, Duarte, Regnasco, Chaparro, P. Albanese, J. Quarracino,
E. Smith y tantísimos otros militantes[3]
que nunca cobramos por militar.
De
lo nuestro no sólo quedó el testimonio del carácter insobornable, de nuestra
integridad moral y de la práctica de las virtudes que hemos intentado: la
honorabilidad, la hidalguía, el
compañerismo. Quedaron nuestras obras en los ámbitos que hemos actuado. Quedó
la primera gesta de Malvinas en el 66, el Congreso 50 años de la Comunidad
Organizada, la gestión honorable en la Biblioteca Nacional, el sable de San
Martín, el ser jueces que no bajaron los cuadros de Perón, o jefes de policías
donde la tortura y el apriete fueron inconcebibles. El llevar adelante
sindicatos humildes con vocación social. El trabajo en barrios carecientes
hasta el agotamiento. La denuncia que los mayores muertos de la dictadura los
puso el movimiento obrero y no las madres de Mayo. La defensa del mundo criollo
como legisladores, el desenmascaramiento del imperialismo internacional del
dinero, etc., etc.
Intelectualmente
no nos comimos el verso de “la filosofía o la teología marxista de la liberación” como traslación de
categorías europeas a Nuestra América, sino que propusimos una filosofía de la
liberación de corte popular, basando nuestros postulados en la búsqueda y
explicitación de una filosofía de las identidades.
Intentamos
filosofar desde América, pero no acotados al relativismo que impone “la situación”, sino como filósofos
enraizados en nuestro Genius loci (clima,
suelo y paisaje), que es lo único que nos permite tener una genuina
autoconciencia.
Hoy
el monopolio montonero en el poder del gobierno y en los aparatos del Estado
nos ha sepultado. No tenemos cabida, nos ha silenciado y últimamente, para
colmo, nos mete presos.
El
instrumento ideológico es su política de derechos humanos, que apoyada en el
dolor cierto y profundo del sufrimiento del pueblo argentino la aplican
sesgadamente sólo para beneficio de ellos y para perseguir a los disidentes, y
más aun si estos son de cuna peronista, porque despertamos en ellos “la mala
conciencia”. Así los dineros públicos están dirigidos a dos fines: al beneficio
personal y de grupo y a la persecución y silenciamiento de “los otros”, esto
es, “nosotros”.
¿Qué
nos está permitido esperar? Es sabido que para realizar en política una acción
eficaz se necesitan: hombres, medios y acontecimientos. Hoy los mejores de
nuestros hombres se han llamado a silencio o se han replegado al fuero familiar
o local. Los acontecimientos no son propicios, pues el gobierno ha reemplazado
la teoría peronista de que existe una sola clase de hombres, los que trabajan,
por el subsidio y la dádiva, y el hombre es un ser hedonista que busca el
placer y evita el dolor. Y los medios los maneja la parte montonera y de izquierda
de la generación de los 70 en el poder.
Si
esto es como nosotros lo pintamos, sólo dos cosas podemos esperar: Qué el
cúmulo de errores y arbitrariedades cometidos por el gobierno agudice las
contradicciones de nuestra sociedad y se caigan como una torre de naipes. O,
que comentan un error mayúsculo en contra de los grupos concentrados de la
economía que dicen combatir, como fue el caso de Berlusconi o Papandreu, y los
poderes indirectos lo desplacen.
Mientras
tanto nosotros, “los otros”, tenemos que seguir militando en orden a la
instauración en nuestra comunidad de las
cuatro banderas del peronismo: independencia económica, justicia social,
soberanía política y nacionalismo cultural.
Alguno
dirá: ¿pero “cuál es el referente o el anclaje político”? No tenemos, pues el
menemismo nos mintió, el duhaldismo nos defraudó y el kirchnerismo nos
traicionó. Nuestra referencia son las banderas históricas del movimiento
nacional y nuestro anclaje, el movimiento obrero organizado y “las necesidades del pueblo argentino”.
Sabemos que algunos de los nuestros, “los otros”,
por aquel repliegue que mencionamos prefieren no dar batalla ante la injusticia
y nos piden que guardemos silencio, pensando que se puede aprovechar algún
pliegue jurídico o político del sistema diabólico creado por los ex montoneros
y la izquierda cipaya. Esto es un error garrafal[4].
La política para existir tiene que ser política pública. Política de cenáculo,
de pacto, de consenso es siempre criptopolítica y eso tenemos que destruir,
tenemos que anular. Y la única posibilidad para ello es practicar la metapolítica, es decir, trabajar y
hacer ostensibles a la conciencia popular las grandes categorías que
condicionan la acción de la política como criptopolítica. Cabe recordar que el
símbolo de la metapolítica es Perseo[5]
con su espada sangrante en una mano, y en la otra, la cabeza de la gorgona
Meduza tomada de sus cabellos que son rizos con forma de serpientes.
[1] Conozco un solo caso que rechazó la indemnización que fue el del dirigente
sindical Julio Piumato, quien le hizo juicio al Estado. Lo ganó pero percibió
mucho menos.
[2] Utilizó otro calificativo más jodido y denigratorio por el que tendrá
que responder en el Inadi.
[3] Me olvido adrede de de cientos de compañeros de lucha para protegerlos
pues el kirchnerismo como un nuevo stalinismo persigue, desde hace unos meses,
a los que dice representar: a los peronistas.
[4] Como somos incuestionables, por nuestra integridad, honorabilidad y
convicciones profundas auténticamente nacionales y populares, somos para ellos
quienes despertamos “su mala conciencia”.
Y es por ello que nosotros pasamos de inimicus
(adversario interior) a hostis (enemigo
externo que hay que destruir).
[5] Siena, Primo: La espada de
Perseo, Univ. Gabriela Mistral, Chile, 2007
(*)
Doctor en filosofía; ensayista.
Obras: El sentido de América; El Protréptico de Aristóteles; Hispanoamérica contra Occidente;
Ensayos de Disenso; Metapolítica y filosofía; Pensamiento de ruptura; Etc.
lunes, 18 de junio de 2012
Homenaje al Teniente Adolfo C. Coronel Philippeaux
HOMENAJE A LOS NOTABLES
1956 - 9 de junio - 2012
Tte. Cnel. (R) Don Adolfo César Philippeaux
El Teniente Coronel Don Adolfo Cesar Philippeaux nació el 25 de septiembre de 1925 en la Ciudad de La Plata y falleció el 2 de octubre de 2004, en la Ciudad de Mar del Plata. A los 79 años, rodeado por sus familiares y un puñado de amigos, quien fuera como él mismo se definía, un humilde Capitán de Perón y un humilde soldado del pueblo, pasó a la inmortalidad.
El Teniente Coronel Adolfo César Philippeaux fue hijo del Coronel Emmanuel Julio Philippeaux, uno de los oficiales que estuvieron en los momentos fundacionales de Gendarmería Nacional.
Recorrió junto a su padre distintos lugares del país, especialmente en el Chaco, donde aprendió oficios del campo, la montura y el uso de armas de fuego, destreza con la que obtendría distintos y numerosos campeonatos de orden nacional e internacional.
Ingresó a los trece años en el Colegio Militar de la Nación. Egresó en 1945 con el grado de Teniente y las mejores calificaciones. Inmediatamente fue destinado a la custodia del presidente de la Nación Tte. Gral. Dn. Juan Domingo Perón.
Fue Jefe del Destacamento Reforzado de Combate del Regimiento Escolta del Presidente de la Nación, Teniente General Don Juan Domingo Perón.
Garantizó la vida del General Perón cuando los infames bombardeos a Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955.
Fue en La Pampa, el Jefe de la Revolución del 9 de junio de 1956 que encabezó el General Valle. Allí la revolución triunfó sobre la base de la movilización y el armamento del pueblo. Fue la primera vez en la historia moderna argentina en que un levantamiento militar no estuvo dirigido a deponer a las autoridades legítimas sino a restituirlas: objetivo que cumplió íntegramente.
Producida la derrota de la Revolución a nivel nacional, Philippeaux debió retirarse. Capturado en San Luis fue condenado a muerte. La intervención de jóvenes oficiales de la Fuerza Aérea que tuvieron la idea de ponerle agua al combustible del avión que lo iba a trasladar, impidió que Capellini (futura cabeza de un intento golpista contra el gobierno constitucional de la Sra. María Estela Martínez de Perón) trasladara al Capitán Philippeaux a Bahía Blanca para su fusilamiento.
Enfrentó a todas las dictaduras desde 1955 hasta 1976 y por ello conoció la tortura, la cárcel, el exilio, el confinamiento.
Integró el Comando Superior Peronista, designado por el Gral. Perón, y ocupó cargos muy importantes y diversos en los ámbitos Nacional y Provinciales entre los que se destacan: la Secretaría de Planeamiento y Acción de Gobierno en 1973, oportunidad en que fuera designado por el General Juan Domingo Perón. Fue también Secretario de Turismo y Deporte de la Nación, Secretario de Pesca, Agricultura y Ganadería de la Nación, Director de Hipódromos Nacionales, entre otros cargos.
Por pedido del entonces presidente de la Nación, fue interventor en el Partido Justicialista en Tucumán y luego dirigió la campaña electoral en Misiones en 1975, donde se impuso el Partido Justicialista.
Propuso enfrentar el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Producido el golpe de Estado fue confinado en La Pampa, desde donde, luego de varios años, se instaló en Mar del Plata.
Retomó responsabilidades institucionales y fue Director Nacional de Pesca Marítima. Su último cargo oficial fue el de Director General de Instituciones Penales en Santiago del Estero.
Fue miembro del Consejo Asesor de la revista CUADERNOS para el encuentro en una nueva huella argentina.
Fundador y primer presidente del Foro Patriótico y Popular.
FUE UN GRAN DEPORTISTA
- Campeón de Esgrima en las Olimpíadas Panamericanas de México 1955.
- Campeón de Esgrima en Alemania 1955.
- Tirador de Primera Categoría a Nivel Nacional e Internacional.
- Pentatlón: ganador de varios campeonatos de la especialidad.
- Campeón de Tiro, Arma de Guerra y Pistola del Ejército Argentino, 1953.
- Medalla de Oro en Tiro con Destreza y Velocidad.
- Corredor de Pista.
- Campeón de Arma de Guerra.
- Campeón y Mejor Tirador y Deportista del Año en 1997 y 1998 designado por el Tiro Federal Argentino en Santiago del Estero.
El Teniente Coronel Adolfo Philippeaux fue un cabal representante de su generación. Fue un prototipo de argentino que aprendió a conocer y servir la patria a la que amó con amor cristiano. No buscó esa patria en símbolos o abstracciones como inculcara la escuela sarmientina. La buscó en el centro de su problemática, en el drama que le tocó vivir a nuestra generación. Sobre todo, como dijo Ricardo Rojas de Don Hipólito Irigoyen, la buscó en la carne sufrida de su pueblo. Allí buscó Philippeaux la patria.
Despertó a la política en la eclosión del 17 de octubre de 1945, con solo 20 años, cuando asistió a esa proclamación del pueblo por sus derechos, por la justicia social que lideró el Coronel Perón.
A partir de entonces Philippeaux fue lo que dijo: el Capitán de Perón y el soldado del pueblo.
No deslindaba entre pueblo y movimiento: él consideraba en todo momento que la soberanía nacional y la independencia debía asentarse sobre un pueblo respetado, con justicia social e integrado al centro político de la vida argentina que hasta la llegada de Perón estaba excluido, como hoy están excluidos muchos sectores de la vida nacional.
Philippeaux no solo fue un soldado, sino que también fue un gran deportista y por sobre todas las cosas fue un gran ciudadano. Desde su incorporación al movimiento nacional fue incansable en la lucha por afirmar los principios, por combatir personalmente para que no se hiciera revancha con ese movimiento y no se lo apartara de la vida nacional.
Comandó la Compañía Escolta en el bárbaro bombardeo de junio de 1955 custodiando a su general Perón, bombardeo que fue alentado por dirigencias políticas tradicionales y ejecutado por falsos miembros de las FF.AA., y que costó más de 200 muertes inocentes solamente en Plaza de Mayo.
Un año más tarde, Philippeaux se batía en La Pampa por los mismos principios y por la soberanía nacional y la causa del pueblo. En Santa Rosa, La Pampa, se levantó en armas, armó a la población y pudo imponer la recuperación del movimiento nacional, que lamentablemente no pudo hacerse en otros lugares del país.
Había estallado la revolución de 1955 cuyas consecuencias todavía padecemos, que pretendía retornar a lo que ya Irigoyen había marcado a fuego en 1916. Se recuperó en el país el régimen de 1930 hasta que cayó abatido por la acción del pueblo y de Perón en aquella jornada de octubre de 1945. Pero en 1955 se quiso retrotraer esa situación y eso es parte de nuestro drama político, como ocurrió en el ’55 y más tarde. Cada vez que se quiso organizar un movimiento político con sentido nacional y popular, para afirmar el desarrollo nacional que es la base material para la democracia, aparecía un movimiento de esa naturaleza. Ocurrió el más siniestro de los últimos años, el de 1976, con represiones salvajes y como base política para implementar la política económica de Martínez de Hoz que todavía padecemos.
Luego ya no fueron golpes militares, sino que hubo gobiernos civiles que se encargaron de consumar esas atrocidades económicas como son la quiebra de nuestras empresas, la extranjerización de la economía, la exclusión del ciudadano argentino, excluido no ya de la vida política sino de la vida social y de la vida común, con hijos a los que no pueden ni alimentar, hombres sin destino, juventudes, que ya antes de enfrentar la vida, tienen cerrado su futuro.
Eso es lo que Philippeaux, en los últimos años cuando lo conversábamos siempre, no toleraba. Amargamente lo comentaba y él en cuanta tribuna tenía, ya fuera en la tertulia amistosa, en la tribuna política que ejerció hasta sus últimos días, en la revista CUADERNOS, cuyo Consejo Asesor integró y en el Foro Patriótico y Popular, lo denunció sin concesiones, con su lenguaje llano, franco y hasta con didáctica política. No transó con los tránsfugas y los traidores: los marcó y denunció públicamente.
Por eso el amigo Philippeaux, como muchos de nuestros patriotas sufrió cárcel, persecuciones, no dudó en dejar cargos rentados para no implicarse con la corrupción y con la entrega, volviendo al llano a ganarse la vida desde las funciones más modestas.
Para marcarnos incluso la amargura con que venía la decadencia argentina que nos tocó a los hombres de nuestra edad a través de cinco décadas, por lo menos desde 1955, que lo vivimos en carne propia.
Él fue un gran deportista. En 1950 intervino con éxito en distintas disciplina, logrando la Argentina el primer puesto, postergando a EE.UU. al segundo. Recordaba Philippeaux que en las últimas Olimpíadas Panamericanas, terminamos octavos, detrás de pequeñas naciones. Nuestros jóvenes ya no tienen en su conjunto posibilidades para desarrollar sus aptitudes físicas, están marginados de la vida. Solo algunos privilegiados, y en deporte también, son los que tienen accesos a las grandes conquistas.
Nosotros creemos, como lo creía él, que no hay derrotas definitivas. Siempre estamos en la víspera de un nuevo despertar, no bajaremos la guardia como no lo hizo él hasta sus últimos días.
Siempre es posible un nuevo despertar, en tanto y en cuenta haya calidad en quienes dirigen la opinión y haya unidad en el pueblo para encausar un proceso de liberación como ocurrió en 1945.
Son las generaciones nuevas las que tienen que ver en Philippeaux un maestro de virtudes, de lucha abierta y franca, sin hipocresías, sin transfugueadas como hacen los políticos de ahora. Entonces quizá esa Argentina soñada, esa Argentina que Philippeaux tanto quiso y tanto fue postergada, tal vez sea posible antes de que nos vayamos, verla libre y soberana.
Es muy emotivo y de mucha responsabilidad, tener que referirse a una personalidad como fue el Teniente Coronel Philippeaux. Debemos partir de algo que todos los días podemos comprobar todos nosotros y es que en nuestro país hay dos clases de héroes: los que tienen estatua y el soldado desconocido.
De los que son perpetuados por una estatua o el bronce hay que señalar que algunos de ellos ni siquiera han existido, son falsos héroes o héroes inventados. Para los héroes que pretenden entronizar las estatuas y los bronces cabrían aquellas palabras del Martín Fierro: no son todos los que están ni están todos los que son.
En cambio el soldado desconocido —con uniforme de militar o manos de trabajador—, es el héroe de carne y hueso que los pueblos muchas veces olvidan, porque el régimen que nos domina impide que se los recuerde.
El Teniente Coronel Philippeaux fue un argentino de carne y hueso, de alma grande, de espíritu, de convencimiento, de lucha y de lucha dura.
¿Cuál fue el más trascendente de sus actos? Revolución del General Valle en 1956, revolución restauradora del gobierno legalmente designado por el país y que había sido abatido. El Teniente Coronel Philippeaux, en la provincia de La Pampa, realizó un acto sin precedentes en la historia de los golpes militares argentinos: restauró el gobierno designado por el pueblo. Terminado el control militar de La Pampa, volvió a colocar al gobernador elegido por el pueblo, al Superior Tribunal de Justicia que la Legislatura había elegido y volvió a colocar en sus funciones a los intendentes, concejales y legisladores provinciales.
Una revolución restauradora del gobierno del pueblo y para el pueblo, un caso único y sin precedentes en nuestro país, en el que todos fueron golpes de Estado aprobados, desaprobados, sangrientos o tenebrosos como el de 1976.
Philippeaux fue un héroe de carne y hueso, de alma y espíritu, por eso restauró el gobierno del pueblo, para el pueblo y para realizar el bienestar del pueblo.
Este episodio no es común, por eso Philippeaux está condenado por el dominio de la gran prensa imperialista a ser un soldado desconocido para el pueblo.
Los que los conocimos, los que tratamos con él sabemos lo que fue: un soldado desconocido que restauró el Estado de derecho, un acto sin precedentes en la historia argentina.
No lo olviden nuca, por favor, sobre todo los jóvenes.
Hay algo más importante en la vida del Teniente Coronel Philippeaux que, para poder dimensionarlo, debemos partir de esta reflexión filosófica: los hombres, como Philippeaux, no son inmortales, son eternos. Porque cada día que pasa los muertos con convicciones mandan más, porque la voluntad de ellos llega y continúa, y se multiplica de generación en generación, de época en época, para que podamos ser de una vez por todas un Estado Nacional Argentino, definitivo e irreversible.
Por eso, el mejor homenaje que podemos hacerle al Teniente Coronel Philippeaux y a tantos soldados desconocidos, que son también héroes desconocidos, es que continuamos junto a ellos, en cada uno de nuestros actos, y que su voluntad de hacer un Estado Nacional Argentino definitivo e irreversible en esta santa tierra, saqueada desde hace dos siglos, es la voluntad que fue y será de cada uno de nosotros.
Para que cada día que pase los muertos manden más, cumplamos la voluntad de construir una Nación Argentina definitiva e irreversible.
Más información: www.lanuevahuella.com.ar/comisionhomenaje/Ley_ascenso_senado
http://www.hcdn.gov.ar/dependencias/dcomisiones/periodo-124/124-1336.pdf
Fuente:
http://www.lanuevahuella.com.ar/
El Teniente Coronel Adolfo César Philippeaux fue hijo del Coronel Emmanuel Julio Philippeaux, uno de los oficiales que estuvieron en los momentos fundacionales de Gendarmería Nacional.
Recorrió junto a su padre distintos lugares del país, especialmente en el Chaco, donde aprendió oficios del campo, la montura y el uso de armas de fuego, destreza con la que obtendría distintos y numerosos campeonatos de orden nacional e internacional.
Ingresó a los trece años en el Colegio Militar de la Nación. Egresó en 1945 con el grado de Teniente y las mejores calificaciones. Inmediatamente fue destinado a la custodia del presidente de la Nación Tte. Gral. Dn. Juan Domingo Perón.
Fue Jefe del Destacamento Reforzado de Combate del Regimiento Escolta del Presidente de la Nación, Teniente General Don Juan Domingo Perón.
Garantizó la vida del General Perón cuando los infames bombardeos a Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955.
Fue en La Pampa, el Jefe de la Revolución del 9 de junio de 1956 que encabezó el General Valle. Allí la revolución triunfó sobre la base de la movilización y el armamento del pueblo. Fue la primera vez en la historia moderna argentina en que un levantamiento militar no estuvo dirigido a deponer a las autoridades legítimas sino a restituirlas: objetivo que cumplió íntegramente.
En la foto al centro de anteojos ahumados Aquiles José Regazzoli. A su lado, a la derecha, Adolfo Philippeaux; a su lado, el suboficial Nicolás Navarro. En el extremo derecho, parado, Rodolfo de Diego. El tercero de la derecha, arrodillado, Héctor Zoleci.(Fuente: http://luisroldan.blogspot.com.ar/)
Enfrentó a todas las dictaduras desde 1955 hasta 1976 y por ello conoció la tortura, la cárcel, el exilio, el confinamiento.
Integró el Comando Superior Peronista, designado por el Gral. Perón, y ocupó cargos muy importantes y diversos en los ámbitos Nacional y Provinciales entre los que se destacan: la Secretaría de Planeamiento y Acción de Gobierno en 1973, oportunidad en que fuera designado por el General Juan Domingo Perón. Fue también Secretario de Turismo y Deporte de la Nación, Secretario de Pesca, Agricultura y Ganadería de la Nación, Director de Hipódromos Nacionales, entre otros cargos.
Por pedido del entonces presidente de la Nación, fue interventor en el Partido Justicialista en Tucumán y luego dirigió la campaña electoral en Misiones en 1975, donde se impuso el Partido Justicialista.
Propuso enfrentar el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Producido el golpe de Estado fue confinado en La Pampa, desde donde, luego de varios años, se instaló en Mar del Plata.
Retomó responsabilidades institucionales y fue Director Nacional de Pesca Marítima. Su último cargo oficial fue el de Director General de Instituciones Penales en Santiago del Estero.
Fue miembro del Consejo Asesor de la revista CUADERNOS para el encuentro en una nueva huella argentina.
Fundador y primer presidente del Foro Patriótico y Popular.
FUE UN GRAN DEPORTISTA
- Campeón de Esgrima en las Olimpíadas Panamericanas de México 1955.
- Campeón de Esgrima en Alemania 1955.
- Tirador de Primera Categoría a Nivel Nacional e Internacional.
- Pentatlón: ganador de varios campeonatos de la especialidad.
- Campeón de Tiro, Arma de Guerra y Pistola del Ejército Argentino, 1953.
- Medalla de Oro en Tiro con Destreza y Velocidad.
- Corredor de Pista.
- Campeón de Arma de Guerra.
- Campeón y Mejor Tirador y Deportista del Año en 1997 y 1998 designado por el Tiro Federal Argentino en Santiago del Estero.
DOS DISCURSOS PRONUNCIADOS EN SU HOMENAJE18 de noviembre de 2005
Teatro Roma, Avellaneda, pcia. de Bs. As.
Teatro Roma, Avellaneda, pcia. de Bs. As.
ADOLFO C. PHILIPPEAUX: UN PROTOTIPO DE ARGENTINO
Por Antonio Pereira
(ex Vicepresidente de la Cámara de Diputados de la Nación, período 1973-1976)
Por Antonio Pereira
(ex Vicepresidente de la Cámara de Diputados de la Nación, período 1973-1976)
El Teniente Coronel Adolfo Philippeaux fue un cabal representante de su generación. Fue un prototipo de argentino que aprendió a conocer y servir la patria a la que amó con amor cristiano. No buscó esa patria en símbolos o abstracciones como inculcara la escuela sarmientina. La buscó en el centro de su problemática, en el drama que le tocó vivir a nuestra generación. Sobre todo, como dijo Ricardo Rojas de Don Hipólito Irigoyen, la buscó en la carne sufrida de su pueblo. Allí buscó Philippeaux la patria.
Despertó a la política en la eclosión del 17 de octubre de 1945, con solo 20 años, cuando asistió a esa proclamación del pueblo por sus derechos, por la justicia social que lideró el Coronel Perón.
A partir de entonces Philippeaux fue lo que dijo: el Capitán de Perón y el soldado del pueblo.
No deslindaba entre pueblo y movimiento: él consideraba en todo momento que la soberanía nacional y la independencia debía asentarse sobre un pueblo respetado, con justicia social e integrado al centro político de la vida argentina que hasta la llegada de Perón estaba excluido, como hoy están excluidos muchos sectores de la vida nacional.
Philippeaux no solo fue un soldado, sino que también fue un gran deportista y por sobre todas las cosas fue un gran ciudadano. Desde su incorporación al movimiento nacional fue incansable en la lucha por afirmar los principios, por combatir personalmente para que no se hiciera revancha con ese movimiento y no se lo apartara de la vida nacional.
Comandó la Compañía Escolta en el bárbaro bombardeo de junio de 1955 custodiando a su general Perón, bombardeo que fue alentado por dirigencias políticas tradicionales y ejecutado por falsos miembros de las FF.AA., y que costó más de 200 muertes inocentes solamente en Plaza de Mayo.
Un año más tarde, Philippeaux se batía en La Pampa por los mismos principios y por la soberanía nacional y la causa del pueblo. En Santa Rosa, La Pampa, se levantó en armas, armó a la población y pudo imponer la recuperación del movimiento nacional, que lamentablemente no pudo hacerse en otros lugares del país.
Había estallado la revolución de 1955 cuyas consecuencias todavía padecemos, que pretendía retornar a lo que ya Irigoyen había marcado a fuego en 1916. Se recuperó en el país el régimen de 1930 hasta que cayó abatido por la acción del pueblo y de Perón en aquella jornada de octubre de 1945. Pero en 1955 se quiso retrotraer esa situación y eso es parte de nuestro drama político, como ocurrió en el ’55 y más tarde. Cada vez que se quiso organizar un movimiento político con sentido nacional y popular, para afirmar el desarrollo nacional que es la base material para la democracia, aparecía un movimiento de esa naturaleza. Ocurrió el más siniestro de los últimos años, el de 1976, con represiones salvajes y como base política para implementar la política económica de Martínez de Hoz que todavía padecemos.
Luego ya no fueron golpes militares, sino que hubo gobiernos civiles que se encargaron de consumar esas atrocidades económicas como son la quiebra de nuestras empresas, la extranjerización de la economía, la exclusión del ciudadano argentino, excluido no ya de la vida política sino de la vida social y de la vida común, con hijos a los que no pueden ni alimentar, hombres sin destino, juventudes, que ya antes de enfrentar la vida, tienen cerrado su futuro.
Eso es lo que Philippeaux, en los últimos años cuando lo conversábamos siempre, no toleraba. Amargamente lo comentaba y él en cuanta tribuna tenía, ya fuera en la tertulia amistosa, en la tribuna política que ejerció hasta sus últimos días, en la revista CUADERNOS, cuyo Consejo Asesor integró y en el Foro Patriótico y Popular, lo denunció sin concesiones, con su lenguaje llano, franco y hasta con didáctica política. No transó con los tránsfugas y los traidores: los marcó y denunció públicamente.
Por eso el amigo Philippeaux, como muchos de nuestros patriotas sufrió cárcel, persecuciones, no dudó en dejar cargos rentados para no implicarse con la corrupción y con la entrega, volviendo al llano a ganarse la vida desde las funciones más modestas.
Para marcarnos incluso la amargura con que venía la decadencia argentina que nos tocó a los hombres de nuestra edad a través de cinco décadas, por lo menos desde 1955, que lo vivimos en carne propia.
Él fue un gran deportista. En 1950 intervino con éxito en distintas disciplina, logrando la Argentina el primer puesto, postergando a EE.UU. al segundo. Recordaba Philippeaux que en las últimas Olimpíadas Panamericanas, terminamos octavos, detrás de pequeñas naciones. Nuestros jóvenes ya no tienen en su conjunto posibilidades para desarrollar sus aptitudes físicas, están marginados de la vida. Solo algunos privilegiados, y en deporte también, son los que tienen accesos a las grandes conquistas.
Nosotros creemos, como lo creía él, que no hay derrotas definitivas. Siempre estamos en la víspera de un nuevo despertar, no bajaremos la guardia como no lo hizo él hasta sus últimos días.
Siempre es posible un nuevo despertar, en tanto y en cuenta haya calidad en quienes dirigen la opinión y haya unidad en el pueblo para encausar un proceso de liberación como ocurrió en 1945.
Son las generaciones nuevas las que tienen que ver en Philippeaux un maestro de virtudes, de lucha abierta y franca, sin hipocresías, sin transfugueadas como hacen los políticos de ahora. Entonces quizá esa Argentina soñada, esa Argentina que Philippeaux tanto quiso y tanto fue postergada, tal vez sea posible antes de que nos vayamos, verla libre y soberana.
LOS HOMBRES COMO PHILIPPEAUX NO SON INMORTALES, SON ETERNOS
Por el Dr. Julio Carlos González
(ex Secretario Legal y Técnico de la Presidencia de la Nación).
Por el Dr. Julio Carlos González
(ex Secretario Legal y Técnico de la Presidencia de la Nación).
Es muy emotivo y de mucha responsabilidad, tener que referirse a una personalidad como fue el Teniente Coronel Philippeaux. Debemos partir de algo que todos los días podemos comprobar todos nosotros y es que en nuestro país hay dos clases de héroes: los que tienen estatua y el soldado desconocido.
De los que son perpetuados por una estatua o el bronce hay que señalar que algunos de ellos ni siquiera han existido, son falsos héroes o héroes inventados. Para los héroes que pretenden entronizar las estatuas y los bronces cabrían aquellas palabras del Martín Fierro: no son todos los que están ni están todos los que son.
En cambio el soldado desconocido —con uniforme de militar o manos de trabajador—, es el héroe de carne y hueso que los pueblos muchas veces olvidan, porque el régimen que nos domina impide que se los recuerde.
El Teniente Coronel Philippeaux fue un argentino de carne y hueso, de alma grande, de espíritu, de convencimiento, de lucha y de lucha dura.
¿Cuál fue el más trascendente de sus actos? Revolución del General Valle en 1956, revolución restauradora del gobierno legalmente designado por el país y que había sido abatido. El Teniente Coronel Philippeaux, en la provincia de La Pampa, realizó un acto sin precedentes en la historia de los golpes militares argentinos: restauró el gobierno designado por el pueblo. Terminado el control militar de La Pampa, volvió a colocar al gobernador elegido por el pueblo, al Superior Tribunal de Justicia que la Legislatura había elegido y volvió a colocar en sus funciones a los intendentes, concejales y legisladores provinciales.
Una revolución restauradora del gobierno del pueblo y para el pueblo, un caso único y sin precedentes en nuestro país, en el que todos fueron golpes de Estado aprobados, desaprobados, sangrientos o tenebrosos como el de 1976.
Philippeaux fue un héroe de carne y hueso, de alma y espíritu, por eso restauró el gobierno del pueblo, para el pueblo y para realizar el bienestar del pueblo.
Este episodio no es común, por eso Philippeaux está condenado por el dominio de la gran prensa imperialista a ser un soldado desconocido para el pueblo.
Los que los conocimos, los que tratamos con él sabemos lo que fue: un soldado desconocido que restauró el Estado de derecho, un acto sin precedentes en la historia argentina.
No lo olviden nuca, por favor, sobre todo los jóvenes.
Hay algo más importante en la vida del Teniente Coronel Philippeaux que, para poder dimensionarlo, debemos partir de esta reflexión filosófica: los hombres, como Philippeaux, no son inmortales, son eternos. Porque cada día que pasa los muertos con convicciones mandan más, porque la voluntad de ellos llega y continúa, y se multiplica de generación en generación, de época en época, para que podamos ser de una vez por todas un Estado Nacional Argentino, definitivo e irreversible.
Por eso, el mejor homenaje que podemos hacerle al Teniente Coronel Philippeaux y a tantos soldados desconocidos, que son también héroes desconocidos, es que continuamos junto a ellos, en cada uno de nuestros actos, y que su voluntad de hacer un Estado Nacional Argentino definitivo e irreversible en esta santa tierra, saqueada desde hace dos siglos, es la voluntad que fue y será de cada uno de nosotros.
Para que cada día que pase los muertos manden más, cumplamos la voluntad de construir una Nación Argentina definitiva e irreversible.
Más información: www.lanuevahuella.com.ar/comisionhomenaje/Ley_ascenso_senado
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Fuente:
http://www.lanuevahuella.com.ar/
FUNDACIÓN Dr. RAMÓN CARRILLO
Prof. Lic. Teresita Carrillo, presidente.
Prof. María Cristina Carrillo, vicepresidente.
French 3036, Buenos Aires (1425), República Argentina.
Tel.: (54 11) 4826-5715
Tel./Fax: *(54 11) 4306-7314
fundacion.ramoncarrillo@gmail.com
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martes, 5 de junio de 2012
Proclama Revolucionaria
1943 – 4 de Junio -- 2012
«[…] para nosotros –y con mucha justicia y gran certeza- Perón es el rostro de Dios en la oscuridad, sobre todo en la oscuridad de este momento que atraviesa la humanidad.
Perón no sólo es esperanza para los argentinos. Perón ya no nos pertenece; Perón es bandera para todos los pueblos con sed de justicia, con sed de reivindicaciones y con sed de igualdad »
Eva Perón, Historia del Peronismo, Clase nº 2
Muy lejos de ser una simple asonada militar o un simple golpe de Estado, el pronunciamiento militar del 4 de junio de 1943 significa históricamente el inicio o el germen del proceso político, social, económico, cultural y religioso que irrumpió definitivamente el 17 de octubre de 1945 y que ha dividido en dos la historia de nuestra Patria, en un antes y un después. En otras palabras: si el peronismo constituye, en palabras de Eva Perón, “el cristianismo hecho política”, el 9 de junio de 1943 bien puede parangonarse con la natividad o encarnación de lo que después se configuró e instituyó como una doctrina profundamente humanista y profundamente cristiana, que tiene como objetivo final de su accionar la dignificación de los humildes de nuestra Patria y la redención y liberación de la Nación.
El Grupo Obra de Unificación (G.O.U.) que impulsó el proceso revolucionario tenía como objetivo de su organización “unir espiritualmente a todos los jefes y oficiales del Ejército”, para cohesionar a sus cuadros y lograr así “la unidad de acción, base de todo esfuerzo colectivo racional”.
De ninguna manera el G.O.U. era una logia, ni una secta, ni menos una cofradía secreta. Más bien fue un movimiento de unificación de ideas y de sentimientos, basado en la “renuncia a los bienes materiales y a las ambiciones personales”, “la grandeza de la Patria y del Ejército” como inspiración permanente, “el sacrificio como ambición y la verdad como lema”, la “renuncia a la vida cómoda”, y la exaltación de “la acción y la lucha como fuentes de eterna vivificación de todo lo humano y lo divino”. En otras palabras, fue un movimiento nacido del idealismo y nutrido con el renunciamiento. En definitiva, se trataba de la conformación de una fuerza colectiva de aglutinación espiritual y de unificación de los soldados de la Patria, con la finalidad última de sostener y fortalecer la grandeza y la dignidad de la Patria.
Como se puede apreciar, animado de estos valores morales y espirituales, el movimiento revolucionario de 1943 no constituyó un golpe militar de palacio y una invasión de las esferas gubernamentales, sino el comienzo de la obra reparadora y dignificadora del pueblo y de la Nación Argentina. Por eso su proclama declara la defensa de los sagrados intereses de la Patria, la abnegación, la unidad y unión de los argentinos, el sostenimiento de las instituciones y las leyes, la soberanía real e integral de la Nación, el bien y la prosperidad de la Patria como principio inspirador de la actuación pública.
En última instancia, el 4 de junio de 1943 constituye la gestación y el nacimiento de la gesta restauradora de la soberanía nacional y popular que tendrá su expresión señera y culminante en la gesta popular del 17 de octubre de 1945.
En estos momentos difíciles y dramáticos de nuestra historia, luego de más de tres décadas de deterioro y decadencia política, económica, cultural y espiritual que nos ha puesto al borde de la disolución nacional, rendir homenaje al 4 de junio de 1943 significa en realidad recuperar y recrear el espíritu patriótico, humanista, popular y cristiano que hizo de la Nación Argentina un ejemplo para el mundo. Significa recuperar el sentido trascendente y dignificador de una auténtica gesta revolucionaria, que hoy los argentinos de bien estamos llamados a actualizar y continuar. En definitiva, significa volver a encarar el espíritu revolucionario del Coronel Perón y de sus compañeros de armas y hacernos cargo del destino y la felicidad de nuestros compatriotas y hermanos, teniendo siempre presente en cada momento de nuestra vida que nuestro objetivo último no es ganar elecciones ni buscar soluciones para los dirigentes, sino vivir al servicio de una causa que es la razón de nuestra existencia.
Proclama revolucionaria
La revolución del 4 de junio de 1943

Al Pueblo de la República Argentina:
Las Fuerzas Armadas de la Nación, fieles y celosas guardianas del honor y tradiciones de la Patria como así mismo del bienestar, los derechos y libertades del pueblo argentino, han venido observando silenciosa pero muy atentamente las actividades y el desempeño de las autoridades superiores de la nación.
Ha sido ingrata y dolorosa la comprobación. Se han defraudado las esperanzas de los argentinos, adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado y la corrupción. Se ha llevado al pueblo al escepticismo y a la postración moral, desvinculándose de la cosa pública, explotada en beneficio de siniestros personajes movidos por la más vil de las pasiones.
Dichas fuerzas, conscientes de la responsabilidad que asumen ante la historia y ante su pueblo -cuyo clamor ha llegado hasta los cuarteles- deciden cumplir con el deber de esta hora: que les impone salir en defensa de los sagrados intereses de la Patria.
La defensa de tales intereses impondrá la abnegación de muchos, porque no hay gloria sin sacrificio.
Propugnamos la honradez administrativa, la unión de todos los argentinos, el castigo de los culpables y la restitución al Estado de todos los bienes mal habidos.
Sostenemos nuestras instituciones y nuestras leyes, persuadidos de que no son ellas, sino los hombres quienes han delinquido en su aplicación.
Anhelamos firmemente la unidad del pueblo argentino, porque el Ejército de la Patria, que es el pueblo mismo, luchará por la solución de sus problemas y la restitución de derechos y garantías conculcadas.
Lucharemos por mantener una real e integral soberanía de la Nación; por cumplir firmemente el mandato imperativo de su tradición histórica; por hacer efectiva una absoluta, verdadera y leal unión y colaboración americana y cumplimiento de los pactos y compromisos internacionales.
Declaramos que cada uno de los militares, llevados por las circunstancias a la función pública, se compromete bajo su honor:
A trabajar honrada e incansablemente en defensa del honor del bienestar, de la libertad, de los derechos y de los intereses de los argentinos.
A renunciar a todo pago o emolumento que no sea el que por su jerarquía o grado le corresponde en el ejército.
A ser inflexibles en el desempeño de la función pública, asegurando la equidad y la justicia de los procedimientos.
A reprimir de la manera más enérgica, entregando a la justicia, no sólo al que cometa un acto doloso en perjuicio del Estado, sino también a todo el que, directa o indirectamente, se preste a ello”.
A aceptar la carga pública con desinterés y obrar en ella sólo inspirados en el bien y la prosperidad de la Patria.
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