lunes, 23 de julio de 2012
domingo, 15 de julio de 2012
9 DE JULIO
9 DE JULIO
1816:
Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata
1947:
Acta de Independencia Económica de la Nación Argentina
2012:
Por la Tercera Independencia Nacional
«¡Qué solos y qué pobres, pero qué fuertes y espiritualmente ricos en virtudes propias de nuestra raza debieron sentirse los fundadores de la patria!»
(Juan Domingo Perón, 9 de julio de 1946)
Por la Tercera Independencia Nacional
En julio de 1816, representantes de los pueblos de las Provincias Unidas de Sudamérica declararon la ruptura de los vínculos que ligaban a esta región con los reyes de España, la recuperación de los derechos de los que habían sido despojados para proclamarse como nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, y de toda dominación extranjera. Eran todas difíciles para nuestra Patria Grande, sometida a la presión de la reacción contrarrevolucionaria, de conspiraciones oscuras contra el ejército libertador de San Martín, de amenazas de invasión en el norte, de invasiones portuguesas sobre la Banda Oriental, de rencillas internas entre porteños y provincianos y de rivalidades caudillescas.
Pese a ello, los congresales reunidos en San Miguel del Tucumán creyeron firmemente en sí mismos y en el futuro de nuestra Patria. Por eso, pudieron rasgar las tinieblas y oscuridades que se cernían sobre nuestra nación incipiente, y llenos y animados del santo ardor de la justicia proclamaron nuestra Independencia política, para convertirse en los héroes tutelares e inmortales de nuestra soberanía.
Al presentar su Primer Plan Quinquenal, el general Perón había afirmado que entre las ambiciones y necesidades de su incipiente gobierno se contaba el anhelo de lograr la liberación absoluta de todo colonialismo económico, para rescatar al país de la dependencia de las finanzas foráneas. En julio de 1947, en la misma casa histórica en la que se proclamó la independencia patria, el gobierno del General Perón promulgó el Acta de la Independencia Económica, mediante la cual se reafirmaba el propósito del pueblo argentino de consumar su emancipación económica frente a los poderes capitalistas foráneos que hasta ese entonces habían ejercido el control y dominio de nuestra economía, bajo las formas de hegemonías económicas condenables y de los inescrupulosos nativos vinculados a dichos poderes foráneos.
Mediante este acto, se conmemoraba la gesta de 1816, actualizando sus propósitos libertadores y afianzando las raíces productivas que la fortalecían y nutrían. Se continuaba así la liberación de nuestra Patria, con una economía recuperada, libre del capitalismo foráneo, al igual que de las hegemonías económicas mundiales y de las nacionales comprometidas con éstas.
Hoy, los argentinos nos encontramos sometidos a la agresión integral del poder financiero internacional y a los intereses ligados a él, que desde 1976 y en forma ininterrumpida no sólo ha arrasado con la organización productiva de nuestra Patria, para volver a convertirnos en un país-granero, sino que además ha aniquilado las conquistas laborales y obreras, diluido nuestra identidad cultural y nacional y extranjerizado al extremo los recursos naturales y las finanzas de nuestra Patria. Como aliados de este criminal accionar, este poder inhumano ha contado con el aporte cipayo de dirigentes y funcionarios, pasados y actuales, que han hipotecado y siguen hipotecando la riqueza de nuestro país a la avidez extranjera mundialista, llegando a admitir la infamia que poderes inherentes a nuestra soberanía se ejerciten dentro de nuestro territorio, a través de núcleos foráneos enquistados en los engranajes de nuestra economía.
Por eso, frente a esta postración económica, social y política de nuestra Patria, saqueada integralmente por izquierda y por derecha, y frente a la mentira institucionalizada que pretende hacer creer que estamos en presencia de un proceso nac&por, cuando en realidad estamos recorriendo el camino de un nuevo sometimiento al imperialismo internacional del dinero, nos abrazamos a los ideales emancipadores y liberadores de nuestros Padres fundadores y a las banderas supremas y eternas de la Soberanía política, la Independencia económica y la Justicia social; nos aferramos al riquísimo patrimonio espiritual heredado de los caudillos y líderes de nuestra Nación y de la Patria Grande hispanoamericana, quienes pusieron por delante el corazón de patriotas y ofrecieron a nuestros antepasados lo mejor de sí mismos. En tal sentido, reafirmamos nuestro compromiso de levantar las banderas liberadoras y dignificadoras de nuestra Patria, para continuar y asegurar los esfuerzos y las luchas de todos los héroes y patriotas que ofrendaron su existencia para forjar la felicidad de nuestro pueblo y la grandeza de nuestra Nación.
Por la definitiva Independencia de nuestra Patria
PERÓN VIVE
jueves, 5 de julio de 2012
Algo sobre la humildad
Alberto
Buela (*)
Hace
ya más de medio siglo Otto Bollnow (1903-1991), uno de los tantos buenos
filósofos alemanes[1] que quedaron opacados por
la sombra del Mago de Friburgo, sostuvo que hay una evolución de las virtudes
según las distintas situaciones de la historia y que se adoptan unas y se
posponen otras según el fondo de la concepción del hombre de cada época.
La
humildad es una de esas virtudes que parecen desaparecer del universo del
hombre de nuestros días en la medida en que se ha entronizado el individualismo
y su secuela de egoísmo, subjetivismo, narcisismo y relativismo productos de la
concepción liberal del hombre, el mundo y sus problemas.
El
término humildad nace originariamente del
término latino humus que significa tierra, luego deriva en humilis: de poca altura, para terminar
en humilitas, que significa pegado a la tierra, que se arrastra o
abajamiento.
La
historia etimológica del término ya no da una idea distinta del concepto común
de humildad, cuando se afirma que humilde es la persona modesta, sencilla, que
no hace mal a nadie, que no reacciona nunca cuando la ofenden, en una palabra, que
es “una mosca muerta”.
Por
el contrario, su etimología nos dice que humilde es aquel que “tiene los pies
en la tierra”, que sabe “quien es”, que no se cree más pero tampoco menos. En
sentido estricto la humildad nos permite reconocer tanto las debilidades como
las capacidades y obrar de acuerdo a ambas.
Sin
embargo si profundizamos un poco más, la humildad no se agota en el
conocimiento de sí, sino que siempre reclama la existencia de un superior. Es
por eso que de Dios no se puede decir que es humilde o que la humildad es una
cualidad de Él, pues Dios no tiene nada superior a sí. Este es el por qué la
humildad es una virtud cristiana. Virtud que para los filósofos griegos fue
inconcebible, aún cuando hay algunos que vinculan la humildad erróneamente el
principio socrático “sólo sé que no sé
nada”, cuando lo que está mentando este principio es el problema del
conocimiento, pero que en Sócrates tiene una derivación moral pues para él, el
mal se realiza por ignorancia y en forma involuntaria.
Después de estas dos aproximaciones a
la noción de humildad vemos que ella posee dos rasgos: abajamiento y sumisión.
Dentro del cuadro de las grandes
virtudes cardinales que nos llegan desde Platón: prudencia, justicia, fortaleza
y templanza; la humildad se vincula a ésta última como virtud de la medida, de
la mesura. Porque la prudencia es la
determinación por el sapiente (saber práctico) del bien en cada circunstancia.
La justicia el establecimiento o restitución del bien, dándole a cada uno lo
que le corresponde. La fortaleza la fuerza, que soporta y emprende, para
buscarlo y mantenerlo. Y La temperancia la moderación, sensata y serena, para
no perderlo.
El abajamiento, propiamente la humilitas, ha sido puesto de manifiesto en la magnífica definición
que nos legó San Bernardo: la virtud por
la que el hombre conociéndose como realmente es, se rebaja. Dice de sí y
sobre lo que dicen de él: “no tiene
importancia. ”
En tanto que la sumisión está marcada en la
definición que nos llega de Santo Tomás: consiste
en mantenerse dentro de los propios límites sometiéndose a la autoridad
superior. Y ese superior es, propiamente, Dios; a quien el humilde se
somete de por vida. Y cuando se somete a los otros o a sus superiores lo hace
por Dios.
Esta relación entre abajamiento y sumisión, entre
rebajamiento y subordinación es el corazón de la dialéctica de la humildad: me rebajo porque subo y me someto porque me
elevo. No soy nada a los ojos de Dios pues mi condición rastrera (humilitas) no
me permite creerme más de lo que soy sino que tengo que rebajarme ante sus ojos
y por Él ante los otros. Como vemos, esto es inconcebible en el mundo
greco-pagano, que a lo que más que llegó, en este terreno, es a la idea de
autoconocimiento con el gnwqi
seauton=gnothi seautón, el conócete a ti mismo.
Como toda virtud, entendida ésta como repetición de
hábitos buenos, y siguiendo la teoría de Aristóteles, que en este tema resultó
la más eficaz en todo el largo desarrollo de la filosofía por más de 2500 años,
la humildad debe ser entendida como el término medio entre la soberbia y la
autodenigración.
Hablando teológicamente siempre se ha opuesto la
humildad de Cristo en la cruz que obedece al Padre: hágase en mi según tu palabra, a la soberbia de Lucifer, el portador de la
luz, el más bello de los ángeles que por ser tal se subleva contra Dios y se
convierte en Satanás, el enemigo de Dios.
Así la soberbia es creerse más de lo que uno es y la
autodenigración o auto abyección es considerarse mucho memos de lo que uno es.
Pero como el término medio en el obrar humano no es un medio geométrico,
apreciamos que la humildad, por la humilitas,
está más cerca de la autodenigración
que de la soberbia. Esto se ve en la expresión latina que se atribuye a San
Anselmo hablando de la humildad: contemptibilem
se esse cognoscere (reconocerse despreciable o conocerse a sí
despreciativamente).
Dentro de la ascética cristiana se destaca en este
tema: San Benito abad (480-547) con su famosísima
Regula monachorum (Regla de los monjes).
Allí él distingue, en el capítulo VII hablando sobre
la humildad, doce grados: 1) tener siempre presente el temor de Dios y
acordarse de sus mandamientos. 2) no satisfacer su propia voluntad. 3)
sujetarse por amor a Dios al superior. 4) paciencia ante las adversidades e
injurias. 5) descubrir al superior por la confesión sus faltas ocultas. 6)
vivir con contento por más que lo humillen o abatan. 7) decir y convencerse que
es el último y más despreciable de todos. 8) nada haga sino lo que ordenen las
leyes del monasterio. 9) reprimir la lengua hasta ser preguntado (no es posible hablar mucho sin pecar).
10) no ser propenso a reír (el necio en la
risa levanta la voz). 11) hablar con suavidad y poco. 12) que el
abajamiento se manifieste en todos cuantos lo vean.
Vemos
como estos diversos grados se fundan en el sometimiento por el temor de Dios,
pasa luego al sometimiento al superior y los otros y termina en el abajamiento
de sí, “teniendo siempre inclinada la
cabeza, clavados los ojos en tierra y juzgándose reo a todas horas por sus
pecados”[2]
Así,
a través de esta la relación dialéctica entre sometimiento-abajamiento y
abajamiento-sometimiento, hemos intentado mostrar la esencia de la humildad y
como se puede llegar a ella mediante el esfuerzo humano, sólo falta una cosa la gracia de Dios, pero esto ya no es
filosofía ni depende de nosotros.
domingo, 1 de julio de 2012
El transito a la inmortalidad de Juan Domingo Perón
38º Aniversario del Tránsito a la Inmortalidad de JUAN DOMINGO PERÓN
(1974 – 1º de Julio – 2012)
«Perón está tan identificado con la Patria que yo veo en él a la Patria misma. […] Perón es un ideal encarnado. Perón es el ideal argentino hecho figura de hombre. Es el viejo ideal de todas las esperanzas hecho carne. Por eso el movimiento político puede tenerlo como Líder único sin correr el peligro de desaparecer el día infausto que falte Perón, porque siempre quedará Perón al frente de su pueblo como un ideal, como una bandera, como guía, como estrella para señalar en las noches el camino de la victoria»
(Eva Perón, 16 de diciembre de 1949)
Inmenso e inconmensurable fue nuestro dolor hace ya 38 años, cuando en ese luminoso mediodía del lunes 1 de julio el General Perón partió hacia la inmortalidad. Como bien nos enseñara Eva Perón, sabíamos y sabemos que Perón es el “rostro de Dios” en medio de estos tiempos tenebrosos y de un mundo cada vez más caótico. Por eso estamos convencidos que nuestro querido General ha recibido el premio de la gloria eterna por haber amado hasta el extremo a nuestra bendita Nación y al Pueblo de la patria por el que ofrendó su vida. Por eso sabemos y estamos convencidos que PERÓN VIVE, porque nos ha legado su Doctrina como reaseguro eterno del futuro de la Argentina.
El mejor homenaje que hoy le podemos brindar a quien nos regaló una causa noble por la cual luchar y vivir, para justificar nuestro paso por la vida, es el de hacerlo volver del exilio histórico al que lo ha pretendido enviar una dirigencia cansada y avejentada, y continuar su obra reparadora y redentora de nuestra Patria, porque la luz de Perón sigue brillando en medio de nosotros como llama épica y sagrada que ilumina el camino de la victoria.
Como rostro de Dios y como estrella que señala el camino de la victoria, el general Perón ESTÁ PRESENTE EN MEDIO DE NOSOTROS, animando espiritualmente nuestras almas, modelando sabiamente nuestras mentes e inflamando de amor nuestros corazones, para que nos decidamos a ser fieles hijos suyo y a llevar al triunfo final su proyecto nacional, mediante la unión de todos los argentinos de bien.
En este día de gloria nos comprometemos a cumplir la voluntad y los sueños del General, siendo artífices del destino común que nos une y nos hermana, para volver a hacer realidad la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica que implantó en nuestra querida Argentina, ofrendando nuestras vidas hasta el final de nuestra existencia, para gloria de nuestra Patria y honor de Dios.
Querido General Juan Domingo Perón, tuyos son el poder y la gloria, para felicidad de nuestro Pueblo y para grandeza de nuestra Nación.
¡PERÓN VIVE!
Correo electrónico: primerolapatria@ymail.com
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