(los que nunca cobraron por
militar)
Alberto Buela (*)
Mucho
se ha escrito sobre la generación de los setenta en Argentina, sobre todo
porque ese calificativo lo utilizaron y lo utilizan a rajatabla la izquierda y
los montoneros, quienes desde la restauración democrática del 83 monopolizaron
el sufrimiento y la victimización.
Ellos
recibieron los 250.000 dólares por cabeza del gobierno neoliberal de Menem[1]
por haber sufrido la violencia del Estado a través del gobierno de la dictadura
militar (1976/83). Y ellos se quedaron con el poder del Estado en el gobierno
de los Kirchner del 2003 a la fecha.
El
tema de las generaciones es una ocurrencia de Ortega y Gasset, que si bien no
fue un gran filósofo, fue un gran divulgador de las ideas alemanas en filosofía
en la primera mitad del siglo XX y que tuvo algunos chispazos de ocurrencia.
Así por ejemplo, cuando estuvo en Argentina (varias veces) tuvo afirmaciones
como estas: “la pampa con su horizonte
sin límites nos indica que el ser de la Argentina es: ser promesa”. O esta
otra: “Buenos Aires con sus calles
arboladas es la ciudad de la esperanza” (Claro está, los árboles tiene
hojas verdes y el verde es el color de la esperanza. ¡Qué extraordinario!.
El
asunto es que esta idea de las generaciones es más que nada una idea
instrumental y didáctica para explicar la historia de la literatura, las
tendencias políticas y alguna que otra coincidencia de ideas en un mismo período
de tiempo. Eso es todo.
Pues
ni todos los hombres de una misma generación piensan lo mismo, tienen los
mismos valores ni actúan de igual forma. Existe, eso sí, un tono general de la
época expresado en modas, hábitos, costumbres, comidas y posturas, pero poco se
puede colegir de todo ello.
Dada
por buena esta teoría de las generaciones, que como vimos nosotros
cuestionamos, se ha sostenido que las generaciones llegan a su floruit, a su expresión más apropiada a
los veinticinco años de su nacimiento (Ortega sostenía, entre otras
arbitrariedades, que el hombre llegaba a su plenitud intelectual a los 26 años)
de modo que la generación de los años 70 estuvo constituida por hombres nacidos
entre el 45 y el 55.
Nosotros
formamos por derecho propio parte de estos hombres y no fuimos ni de izquierda,
ni montoneros, ni fascistas, ni nacionalistas católicos: simplemente
peronistas. Y ahí quedamos como la feta de mortadela en el sándwich.
No
necesitamos que Perón echara a los montoneros de la Plaza de Mayo para saber
que ellos habían asesinado a Rucci y a Vandor. O saber que la izquierda,
siempre gorila, había asesinado a José Alonso o a compañeros nuestros como
Castrofini.
Los
peronistas genuinos tuvimos además que soportar el estar rodeados por ese
engendro que fue el grupo de Guardia de Hierro, una especie de peronismo pasado
por agua bendita, al que en estos días José Feinmann, trató de “peronismo tonto”[2].
El personaje emblemático de este grupo ha sido Julio Bárbaro, quien fue
empleado de Menem, de Duhalde y de Kirchner y hoy se jacta de ser amigo al
mismo tiempo y por el mismo precio de Macri, Moyano y Scioli. Es toda una
caracterización de la actitud que ha tenido este grupo durante toda su larga
historia: un oportunismo sin límites, apoyado en la indefinición de un miasma ideológico que va desde el socialismo al fascismo
o del catolicismo ortodoxo al apoyo irrestricto de la judería.
Pero
si no queda la izquierda, ni la cipaya ni la otra, ni los montoneros, ni los
peronistas en agua bendita, ¿quién queda? Quedan los miles de militantes
barriales, de las fábricas, en los sindicatos, en las múltiples asociaciones
sociales. Quedan, en una palabra, los miles de peronistas sin aditamentos que
conforman el pueblo peronista.
Nosotros
hemos encarnado ese pueblo peronista porque nosotros somos ese pueblo. Hombres
como Agosto, el inefable Mario Granero, Ponsico, Poggi, el Mono Graci, Américo
Rial, Brieba, el mencionado Miguel Ángel
Castrofini (lo asesina el ERP en 1974), O.Silva, Cánepa, Azcona, Vacarrezza, Gergo,
Dall`Aglio, Uriondo, Chindemi, Amilcar, Pesatti, Di Blasio. P. Sanguinetti y pensadores
como Mason, Cagni, Maresca, Duarte, Regnasco, Chaparro, P. Albanese, J. Quarracino,
E. Smith y tantísimos otros militantes[3]
que nunca cobramos por militar.
De
lo nuestro no sólo quedó el testimonio del carácter insobornable, de nuestra
integridad moral y de la práctica de las virtudes que hemos intentado: la
honorabilidad, la hidalguía, el
compañerismo. Quedaron nuestras obras en los ámbitos que hemos actuado. Quedó
la primera gesta de Malvinas en el 66, el Congreso 50 años de la Comunidad
Organizada, la gestión honorable en la Biblioteca Nacional, el sable de San
Martín, el ser jueces que no bajaron los cuadros de Perón, o jefes de policías
donde la tortura y el apriete fueron inconcebibles. El llevar adelante
sindicatos humildes con vocación social. El trabajo en barrios carecientes
hasta el agotamiento. La denuncia que los mayores muertos de la dictadura los
puso el movimiento obrero y no las madres de Mayo. La defensa del mundo criollo
como legisladores, el desenmascaramiento del imperialismo internacional del
dinero, etc., etc.
Intelectualmente
no nos comimos el verso de “la filosofía o la teología marxista de la liberación” como traslación de
categorías europeas a Nuestra América, sino que propusimos una filosofía de la
liberación de corte popular, basando nuestros postulados en la búsqueda y
explicitación de una filosofía de las identidades.
Intentamos
filosofar desde América, pero no acotados al relativismo que impone “la situación”, sino como filósofos
enraizados en nuestro Genius loci (clima,
suelo y paisaje), que es lo único que nos permite tener una genuina
autoconciencia.
Hoy
el monopolio montonero en el poder del gobierno y en los aparatos del Estado
nos ha sepultado. No tenemos cabida, nos ha silenciado y últimamente, para
colmo, nos mete presos.
El
instrumento ideológico es su política de derechos humanos, que apoyada en el
dolor cierto y profundo del sufrimiento del pueblo argentino la aplican
sesgadamente sólo para beneficio de ellos y para perseguir a los disidentes, y
más aun si estos son de cuna peronista, porque despertamos en ellos “la mala
conciencia”. Así los dineros públicos están dirigidos a dos fines: al beneficio
personal y de grupo y a la persecución y silenciamiento de “los otros”, esto
es, “nosotros”.
¿Qué
nos está permitido esperar? Es sabido que para realizar en política una acción
eficaz se necesitan: hombres, medios y acontecimientos. Hoy los mejores de
nuestros hombres se han llamado a silencio o se han replegado al fuero familiar
o local. Los acontecimientos no son propicios, pues el gobierno ha reemplazado
la teoría peronista de que existe una sola clase de hombres, los que trabajan,
por el subsidio y la dádiva, y el hombre es un ser hedonista que busca el
placer y evita el dolor. Y los medios los maneja la parte montonera y de izquierda
de la generación de los 70 en el poder.
Si
esto es como nosotros lo pintamos, sólo dos cosas podemos esperar: Qué el
cúmulo de errores y arbitrariedades cometidos por el gobierno agudice las
contradicciones de nuestra sociedad y se caigan como una torre de naipes. O,
que comentan un error mayúsculo en contra de los grupos concentrados de la
economía que dicen combatir, como fue el caso de Berlusconi o Papandreu, y los
poderes indirectos lo desplacen.
Mientras
tanto nosotros, “los otros”, tenemos que seguir militando en orden a la
instauración en nuestra comunidad de las
cuatro banderas del peronismo: independencia económica, justicia social,
soberanía política y nacionalismo cultural.
Alguno
dirá: ¿pero “cuál es el referente o el anclaje político”? No tenemos, pues el
menemismo nos mintió, el duhaldismo nos defraudó y el kirchnerismo nos
traicionó. Nuestra referencia son las banderas históricas del movimiento
nacional y nuestro anclaje, el movimiento obrero organizado y “las necesidades del pueblo argentino”.
Sabemos que algunos de los nuestros, “los otros”,
por aquel repliegue que mencionamos prefieren no dar batalla ante la injusticia
y nos piden que guardemos silencio, pensando que se puede aprovechar algún
pliegue jurídico o político del sistema diabólico creado por los ex montoneros
y la izquierda cipaya. Esto es un error garrafal[4].
La política para existir tiene que ser política pública. Política de cenáculo,
de pacto, de consenso es siempre criptopolítica y eso tenemos que destruir,
tenemos que anular. Y la única posibilidad para ello es practicar la metapolítica, es decir, trabajar y
hacer ostensibles a la conciencia popular las grandes categorías que
condicionan la acción de la política como criptopolítica. Cabe recordar que el
símbolo de la metapolítica es Perseo[5]
con su espada sangrante en una mano, y en la otra, la cabeza de la gorgona
Meduza tomada de sus cabellos que son rizos con forma de serpientes.
[1] Conozco un solo caso que rechazó la indemnización que fue el del dirigente
sindical Julio Piumato, quien le hizo juicio al Estado. Lo ganó pero percibió
mucho menos.
[2] Utilizó otro calificativo más jodido y denigratorio por el que tendrá
que responder en el Inadi.
[3] Me olvido adrede de de cientos de compañeros de lucha para protegerlos
pues el kirchnerismo como un nuevo stalinismo persigue, desde hace unos meses,
a los que dice representar: a los peronistas.
[4] Como somos incuestionables, por nuestra integridad, honorabilidad y
convicciones profundas auténticamente nacionales y populares, somos para ellos
quienes despertamos “su mala conciencia”.
Y es por ello que nosotros pasamos de inimicus
(adversario interior) a hostis (enemigo
externo que hay que destruir).
[5] Siena, Primo: La espada de
Perseo, Univ. Gabriela Mistral, Chile, 2007
(*)
Doctor en filosofía; ensayista.
Obras: El sentido de América; El Protréptico de Aristóteles; Hispanoamérica contra Occidente;
Ensayos de Disenso; Metapolítica y filosofía; Pensamiento de ruptura; Etc.