12 de agosto de
1948: Mensaje de Juan Domingo Perón a los jóvenes del año 2000
En
la celebración del aniversario de la Reconquista de Buenos Aires, efectuada el
12 de agosto de 1948, una columna de estudiantes transportó un cofre muy
parecido a una urna funeraria, en cuyo interior estaba guardado -dentro de un
tubo de aluminio- un mensaje manuscrito de Perón. A los pies del monumento a
Manuel Belgrano se hizo un pozo de 80 centímetros de profundidad donde fue
ubicado el cofre. Después se lo cubrió con cemento y una baldosa de mármol. Así
debía permanecer hasta el 12 de agosto del 2006, año en que se iban a cumplir
los 200 años de las Invasiones Inglesas.
Pero
en 1955, luego del sangriento golpe contrarrevolucionario de la “Revolución
Libertadora”, el cofre y su mensaje fueron desenterrados y destruidos.
El
12 de agosto del 2000 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires enterró en la
misma Plaza de Mayo un texto facsímil del mensaje de Perón, el cual fue
desenterrado y dado a conocer el 12 de agosto del 2006.
MENSAJE A LOS JÓVENES DEL AÑO 2000
Juan Domingo Perón
(Escrito en 1950 y dado a conocer el 17 de Agosto de 2000)
"La juventud
argentina del año 2000 querrá volver sus ojos hacia el pasado y exigir a la
historia una rendición de cuentas encaminada a enjuiciar el uso que los
gobernantes de todos los tiempos han hecho del sagrado depósito que en sus
manos fueron poniendo las generaciones precedentes, y también si sus actos y
sus doctrinas fueron suficientes para llevar el bienestar a sus pueblos y para
conseguir la paz entre las naciones.
Por desgracia para
nosotros, ese balance no nos ha sido favorable. Anticipémonos a él para que
conste, al menos, nuestra buena fe y confesemos lealmente que ni los rectores
de los pueblos ni las masas regidas, han sabido lograr el camino de la
felicidad individual y colectiva.
En el transcurso de los siglos hemos progresado de manera gigantesca en el orden material y científico, y si cada día se avanza en la limitación del dolor, es solamente en su aspecto físico, porque en el moral, el camino recorrido ha sido pequeño.
En el transcurso de los siglos hemos progresado de manera gigantesca en el orden material y científico, y si cada día se avanza en la limitación del dolor, es solamente en su aspecto físico, porque en el moral, el camino recorrido ha sido pequeño.
El egoísmo ha regido
muchas veces los actos de gobierno y no es el amor al prójimo, ni siquiera la
compasión o la tolerancia, lo que mueve las determinaciones humanas.
Esa acusación resulta
aplicable tanto a los pueblos como a los individuos. Cierto que en uno y en
otros se dan ejemplos de altruismo, pero como hechos aislados de poca o ninguna
influencia en la marcha de la humanidad. Es cierto que en ocasiones parece que
se ha dado un gran impulso en favor de los nobles ideales y de las causas
justas, pero la realidad nos llama a sí y nos hace ver que todo era una ilusión.
Apenas terminada la guerra, ponemos nuestra esperanza en que ha de ser la
última porque las diferencias entre las naciones se han de resolver por las
vías del derecho aplicado por los organismos internacionales. Pocos años bastan
para demostrarnos con un conflicto bélico de mayores proporciones el tremendo
error en que habíamos caído. Hasta el aspecto caballeresco de las batallas se
ha perdido y hoy vemos con el corazón empedernido cómo al cabo de veinte siglos
de civilización cristiana, caen en la lucha niños, mujeres y ancianos.
Apenas un conflicto
social ha sido resuelto vemos asomar otro, de más grandes proporciones, no
siempre solucionado por las vías de la inteligencia y de la armonía sino por la
coacción estatal o de las propias partes contendientes más fuertes, no el del
mejor derecho.
Frente a esta lamentable
realidad: ¿de qué han servido las doctrinas políticas, las teorías económicas y
las elucubraciones sociales? Ni las democracias ni las tiranías, ni los
empirismos antiguos ni los conceptos modernos han sido suficientes para
aquietar las pasiones o para coordinar los anhelos. La libertad misma queda
limitada a una hermosa palabra, de muy escaso contenido, pues cada cual la
entiende y la aplica en su propio beneficio. El capitalismo se vale de ella no
para elevar la condición de los trabajadores procurando su bienestar, sino para
deprimirles y explotarles. Los poseedores de la riqueza no quieren compartirla
con los desposeídos sino aceptarla y monopolizarla. E inversamente, los falsos
apóstoles del proletariado quieren la libertad más para usarla como un arma en
la lucha de clases que para obtener lo que sus reivindicaciones tengan de
justas.
No ha empezado a alborear
el liberalismo económico cuando -para impedir sus aplausos- tiene el Estado que
iniciar una intervención cada vez más intensa a fin de evitar el daño entre las
partes y el daño a la colectividad. Pero tampoco su intervencionismo constituye
un remedio eficaz porque, o es partidista, o busca anular las libertades
individuales y con ellas a la propia persona humana.
El mundo ha fracasado.
Mas este fracaso, ¿será tan absoluto que no deje un mínimo resquicio a la
esperanza? Posiblemente podamos mantener el optimismo con la ilusión de que el
avance de la humanidad hacia su bienestar es tan lento que no lo percibimos,
pero de cada evolución queda una partícula aprovechable para el mejor
desarrollo de la humanidad. El avance es invisible y está oculto por sus
propios vicios a que antes he aludido, pero no por eso deja de existir.
Se haría más perceptible
si cada uno de nosotros se despojase de algo propio en beneficio de sus
semejantes, si tratase de dirigir las disputas con la razón y no con la
violencia. Dentro de mis posibilidades así he procurado hacerlo y, en este
sentido, he orientado mi labor de gobernante. Válgame por lo menos la intención
y sea ella la que juzguen y valoren mis críticos del porvenir.
La humanidad debe
comprender que hay que formar una juventud inspirada en otros sentimientos, que
sea capaz de realizar lo que nosotros no hemos sido capaces. Ésa es la verdad
más grande que en estos tiempos debemos sustentar sin egoísmos, porque éstos
nos han conducido solamente a desastres.
En nuestra querida
Argentina, el panorama descripto se ha sentido sin ser cruento, pero en el
orden general, los hechos prueban que ha sido el acierto la resolución que ha
precedido nuestra realidad. La independencia política que heredamos de
nuestros mayores hasta nuestros días, no había sido colectivizada por la
independencia económica que permitiera decir con verdad que constituíamos una
nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Por eso nosotros hemos
luchado sin descanso para imponer la justicia social que suprimiera la miseria
en medio de la abundancia; por eso hemos declarado y realizado la
independencia económica que nos permitiera reconquistar lo perdido y crear una
Argentina para los argentinos, y por eso nosotros vivimos velando porque la
soberanía de la Patria sea inviolable o inviolada mientras haya un argentino
que pueda oponer su pecho al avance de toda prepotencia extranjera, destinada a
menguar el derecho que cada argentino tiene de decidir por sí dentro de las
fronteras de su tierra.
Contra un mundo que ha
fracasado, dejamos una doctrina justa y un programa de acción para ser cumplido
por nuestra juventud: ésa será su responsabilidad ante la Historia.
¡Quiera Dios que ese
juicio les sea favorable y que al leer este mensaje de un humilde argentino,
que amó mucho a su Patria y trató de servirla honradamente, podáis -hermanos
del 2000- lanzar vuestra mirada sobre la Gran Argentina que soñamos, por la
cual vivimos, luchamos y sufrimos!"