viernes, 26 de julio de 2019

CAPITALISMO PROGRESISTA de JOSEPH STIGLITZ: ¿ECO DE LA DOCTRINA PERONISTA?




El esquema económico neoliberal que se comenzó a aplicar a partir de la mitad de la década de los 70, en los países centrales y como reflejo e imposición en los países en desarrollo, se articuló de la siguiente manera: con la desregulación de los mercados, las privatizaciones de los servicios públicos, la eliminación o disminución de los impuestos de carácter progresivo, el reemplazo por impuestos regresivos a las ventas (IVA) y una política monetaria con altas tasas de interés.
Este esquema se sostuvo a través de los medios de difusión y de los exponentes de los centros de estudios económicos y de las universidades.
La libertad de los mercados, la eliminación de los subsidios de todos los conceptos económicos y sociales, llevados de la mano de los ajustes estructurales que privilegiaron las exportaciones de materia prima y la apertura de los mercados internos de bienes y servicios, adquiridos en los países desarrollados, fueron las políticas aplicadas que perjudicaron de una forma integral la producción y el consumo de los países en desarrollo.
Los resultados están a la vista: caída de los salarios, desigualdad en los ingresos, ruptura del contrato social, sustitución de una economía de producción y consumo por una economía especulativa de carácter financiero.
La resultante de este esquema ha sido la caída y desaparición de parte de la actividad industrial, reemplazada por ingresos de capital financiero que exceden en un alto nivel a los registrados por la actividad productiva real.
El nivel de ganancias del sector de rentas de toda clase se multiplicó varias veces por la ratio histórica de la década de los 60.
La hipótesis de los economistas que defendían este sistema se basó en que el mercado era eficiente asignador de recursos, que había una nueva economía post-industrial y que se reemplazaba por una economía de servicios, y en una etapa de desarrollo superador el incremento de la riqueza financiera iba a ser el basamento más importante del crecimiento económico.
Mas allá de lo descripto precedentemente, los resultados fueron nefastos: el incremento del endeudamiento público y de las familias en general, el reemplazo de los ingresos genuinos, creó una peor dependencia financiera en los países y en los pueblos, condicionando la soberanía política, la independencia económica y la justicia social de los pueblos de todo el orbe.
El término globalización reemplazó al de la internacionalización de la producción y desplazó a ésta última hacia las naciones con salarios de subsistencia, todo bajo el control de las corporaciones transnacionales, haciendo creer al mundo que esto beneficiaría la expansión del comercio y la inversión, que la nación y sus fronteras desaparecerían, es decir, que el Estado-Nación ya no tendría como función y razón de su existencia sostener los objetivos que le dieron origen. Es decir, el Estado ya no tendría la misión de asignar recursos ni el control y regulación del capital, ni pretender una distribución justa de la riqueza y la protección de los sectores más vulnerables.
Sin embargo, este mundo sin fronteras es una realidad para las finanzas internacionales que intercambian divisas y activos en tiempo real con una estructura de concentración del poder económico financiero de carácter corporativo a nivel global.
No nos extraña que lo puesto precedentemente haya sido analizado por el economista Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, quien sostiene que este sistema neoliberal ha fracasado y que la mejor oportunidad está en implementar lo que él denomina un capitalismo progresista.
El experimento neoliberal —impuestos más bajos para los ricos, desregulación de los mercados laboral y de productos, financiarización y globalización— ha sido un fracaso espectacular.
El crecimiento económico es más bajo de lo que fue en los 25 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y en su mayoría se acumuló en la cima de la escala de ingresos.
Después de décadas de ingresos estancados o inclusive en caída para quienes están en los niveles inferiores del ingreso, el neoliberalismo debe decretarse muerto y enterrado (Joseph Stiglitz, “Una agenda alternativa al fracaso liberal”, en Clarín, 9 de junio de 2019).

En este contexto, la centro izquierda representa al neoliberalismo con un rostro humano, su objetivo es trasladar las políticas de Bill Clinton y Tony Blair haciendo revisiones tenues en el proceso de la financiarización y globalización planetarias.
La derecha nacionalista reniega de la globalización y culpa a los migrantes y a los extranjeros de todos los males que sufren las sociedades actuales.
El capitalismo progresista del que habla Stiglitz que prescribe una agenda económica radicalmente diferente, basada en cuatro prioridades. La primera es restablecer el equilibrio entre los mercados, el Estado y la sociedad civil. 
El crecimiento económico lento, la creciente desigualdad, la inestabilidad financiera y la degradación ambiental son problemas nacidos del mercado y, por lo tanto, no pueden ser resueltos, ni lo serán, sólo por el mercado.
La segunda prioridad es reconocer que la “riqueza de las naciones” es el resultado de la investigación científica —aprender sobre el mundo que nos rodea— y de la organización social que permite que grandes grupos de personas trabajen juntos para el bien común. Los mercados siguen teniendo un rol crucial que desempeñar a la hora de facilitar la cooperación social, pero sólo cumplen este propósito si están subordinados al régimen de Derecho y son objeto de controles democráticos.
La tercera prioridad es abordar el creciente problema del poder concentrado del mercado. Al explotar las ventajas de la información, comprar a potenciales competidores y crear barreras de entrada, las empresas dominantes pueden comprometerse en una búsqueda de renta de gran escala en detrimento de todos los demás.
El incremento del poder del mercado corporativo, junto con la caída del poder de negociación de los trabajadores, ayuda a explicar por qué la desigualdad es tan alta y el crecimiento tan débil.
La cuarta prioridad en la agenda progresista es disociar el poder económico de la influencia política.
El poder económico y la influencia política se refuerzan mutuamente y se perpetúan a sí mismos, especialmente donde los individuos ricos y las corporaciones pueden gastar sin límite en las elecciones, como sucede en los Estados Unidos.
En la medida que los Estados Unidos se acerque cada vez más a un sistema esencialmente antidemocrático de “un dólar, un voto”, el sistema de controles tan necesario para la democracia quizá no pueda resistir: nada podrá restringir el poder de los ricos.

Llama poderosamente la atención la coincidencia de la propuesta económica, social y política de Joseph Stiglitz con la formulación de la doctrina peronista sobre esta misma temática. Por ejemplo, la formulación de la organización armónica de la comunidad -equilibrio- a través la cooperación entre el gobierno centralizado, el Estado descentralizado y la organización libre del Pueblo, para que todos colaboren en la conformación de un destino común, en el que cada miembro de la comunidad al mismo tiempo se realiza personalmente. Es decir, promover “la organización de la riqueza, la reactivación de la economía y la conformación orgánica de las fuerzas económicas”, para permitir “que el gobierno, el trabajo y el capital puedan formar la trilogía del bienestar, mediante la convivencia armónica” (Perón, 15 de noviembre de 1951).
Otra formulación peronista concordante con la propuesta de Stiglitz es la propuesta de la “economía social”, distante del capitalismo deshumanizado y del colectivismo insectificante y despersonalizador, en la que la propiedad privada no es un derecho individual absoluto, sino relativo, “desde que la propiedad tiene no solamente una función individual que cumplir, sino una función social” (Perón, 1 de enero de 1952). En esta economía social, la justicia no sólo desea “una equitativa distribución de valores materiales, sino también una correspondiente y justa distribución de bienes espirituales y morales” (Perón, 15 de junio de 1952).
En cuanto al problema de la creciente concentración de la riqueza, la doctrina peronista sostiene que “la causa final del Justicialismo, en sus aspectos económicos, es la justa distribución de la riqueza entre los hombres”, lejos del enriquecimiento individual a costa de la miseria de la mayoría de la población y lejos también del enriquecimiento del Estado que sacrifica la libertad y la dignidad personal de cada uno de los miembros de la comunidad (Perón, 1 de febrero de 1953).
En cuanto al problema de la influencia dominante de la economía, en especial las finanzas, sobre la política, la doctrina peronista sostiene no sólo que “la democracia organizada no se concibe sin un alto sentido de la ética” (Perón, 15 de setiembre de 1951), sino que “la política se ennoblece al servicio de la patria; se envilece al servicio de los hombres”. En este sentido, como doctrina económica, “el justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al servicio de la economía y ésta al servicio del bienestar social” (Verdad 16ª del Peronismo).

En anteriores artículos hemos documentado cómo la doctrina peronista y su legado filosófico se han hecho presente en varias partes del mundo: Islandia, Francia, los países de Europa Central, instituciones universitarias como Harvard, Tel Aviv, etc. El resurgimiento del sentido de reafirmación de la soberanía frente al globalismo disolvente y unificador del Nuevo Orden Mundial con impronta especulativa-financiera en países como Hungría, Polonia, Italia, Bélgica, prueban que el postulado justicialista de la Tercera Posición filosófica y política se abre paso y se impone como fundamento de la reorganización de las comunidades humanas con un profundo sentido humanista. Desde Rusia, con las teorías desarrolladas por Alexandr Dugin, y ahora desde Estados Unidos, con la propuesta de Joseph Stiglitz, las ideas de Perón siguen teniendo vigencia, e incluso con mucha más fuerza y claridad que antes.
Sólo en la Argentina Perón sigue en el exilio histórico, olvidado por muchos de los que se “proclaman” sus seguidores pero que en realidad se han ocupado de sabotear su legado, en nombre de intereses inconfesables.
Joseph Stiglitz muestra que Perón también vive y tiene vigencia en el mundo intelectual y político de Estados Unidos. Menos en Argentina, Perón tiene vigencia en casi todo el mundo. Quizás alguna vez los argentinos nos demos cuenta y reaccionemos, antes de que la Argentina desaparezca del mapa.



José Arturo Quarracino                                                                               Juan Carlos Vacarezza
Secretario Político                                                                                           Secretario General

Publicado en Política del Sur el Martes 25 de junio de 2019.

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