El Socialismo “Financiero” latinoamericano
Más allá de las
críticas y diatribas contra el capitalismo y contra la globalización impulsada
por el mal llamado neo-liberalismo (que en realidad es un neo-imperialismo), en
su gran mayoría los gobiernos latinoamericanos auto-promocionados como
progresistas han sido socios y benefactores del poder financiero angloamericano
que domina e impera en la economía mundial.
En una nota anterior (“Rockefeller
y el Che, ¿un solo corazón?”) destacamos la concordancia política que se ha
institucionalizado entre el mencionado poder, comandado por la corporación
Rockefeller como coordinador y aglutinante de las empresas multinacionales que
logran grandes ganancias en sus operaciones comerciales con los países
iberoamericanos, y los mencionados gobiernos que se presentan como críticos
feroces del capitalismo y reivindican un “socialismo” que en muchos casos
respeta a rajatabla la matriz económico-financiera especulativa impulsada a nivel
mundial durante las décadas ’80 y ’90.
El acuerdo y la
concordancia no han sido solamente políticos, sino también económicos y
financieros. Por ejemplo, tal como destaca una nota publicada por la agencia
Bloomberg en marzo de 2013, los bonos internacionales emitidos durante los 14
años de gobierno del fallecido comandante Hugo Chávez Frías en Venezuela
produjeron a los inversores un 692% de rendimiento (Juan Barreto, “Nicolás
Maduro. Con Chávez, su mentor, Venezuela nunca incumplió un pago”, Clarín, 10 de marzo de 2013). Destaca la
nota que en esos años el ex presidente venezolano nunca incumplió un pago de
esos bonos, lo cual “produjo retornos de más del doble del promedio regional”.
La ganancia obtenida fue equivalente a un 14,7% anualizado, “mayor a la de los
países con grado de inversión como Brasil, cuya deuda rindió un 656%”, y superó
“promedio del 370% del mercado de emergentes durante ese período”. En
definitiva, el socialismo bolivariano del siglo XXI hizo muy buena letra y cumplió
a rajatabla con el poder financiero angloamericano globalista, definido por
Alfredo Jalife Rahme como “los Amos del universo”.
También el ex dirigente
sindical y líder del Partido de los Trabajadores brasileño, Ignacio Lula da
Silva, y su sucesora, la ex combatiente marxista Dilma Roussef, han sabido ser
generosos con el poder financiero internacional en su relación con Brasil, en
sus gestiones como presidentes. El sector bancario ha sido el más beneficiado
con las políticas económicas implementadas en el país hermano por los
gobernantes “socialistas”. Según el periodista y analista Dan Horch, “los
beneficios anuales combinados de los cuatro bancos más grandes del Brasil han
crecido más del 850%, de 2.100 millones de dólares a más de 20.000 millones, en
los 12 años del Partido de los Trabajadores gobernante” (Dan Horch, “In Good
Times or Bad, Brazil Banks Profit” [En los buenos o malos tiempos, los bancos
en Brasil ganan], New York Times, 14 de agosto de 2015).
En el mercado de
créditos, excluidos los préstamos subsidiados por el gobierno, los consumidores
brasileños pagan en promedio un 58% de interés, mientras que las empresas pagan
un 27,5% por el dinero que piden prestado. La brecha entre el interés que los
bancos pagan para atraer capitales y el interés que cargan en los préstamos que
otorgan es del 30% en promedio.
Cuando Lula da Silva
asumió la presidencia, en el año 2003, los cuatro bancos más grandes tenían “el
53% de los activos totales del sistema bancario”, mientras que en la actualidad
“tienen más del 70%”, obligando a muchos de los bancos más pequeños operan
“sólo en segmentos limitados del mercado”. Por otra parte, la deuda del sector
privado “se ha elevado a casi el 70% de la economía, del 30% que abarcaba
cuando Lula da Silva asumió su cargo” en el 2003.
También nuestro país se
ve infectado por este servicio que el progresismo brinda a los bancos
nacionales e internacionales. Si entre el 2001 y el 2005 los bancos
acumularon un quebranto de casi 23.600 millones de pesos, entre el
2006 y el 2011 esos mismos “quebrados” obtuvieron una ganancia de casi
32.000 millones de pesos. Casi un tercio de este total lo lograron los bancos
en un solo año, el 2010 (Javier Blanco, “la banca argentina cerró su mejor año
en toda la década”, en La Nación, 8
de enero de 2011). En el año 2014 los bancos lograron una ganancia de 45.937
millones de pesos en comparación con el año anterior, es decir, un 57,6%. Los
patrimonios netos de los bancos en Argentina se elevaron de $ 41.380 millones
en el año 2008 a $ 168.134 millones en el año 2014. El retorno obtenido sobre
el capital fue de 7 puntos en el año 2005 y se fue incrementado sin parar,
hasta llegar a 32,7 puntos en el 2014, es decir, aumentó 4 veces y media (Juan
Pablo de Santis, “el 2014 fue un buen año para ser dueño de un banco privado en
Argentina”, en La Nación, 4 de marzo
de 2015).
Este festival de
negocios de los bancos en Argentina está amparado por la vigencia
ininterrumpida, durante más de 38 años, de la Ley de Entidades Financieras n.
21.526/77 sancionada por Jorge Rafael Videla y José Alfredo Martínez de Hoz el 14
de febrero de 1977. Es decir, la elevada
rentabilidad financiera y bancaria en Argentina está amparada por la vigencia
de una ley del Proceso de Reorganización Nacional. ¿No resulta llamativo y
raro que el gobierno auto-proclamado como el más transformador de nuestra
historia se sustente en leyes de la
dictadura cívico-militar de 1976, sobre todo en el campo
económico-financiero, vital para el desarrollo de un país? A partir de 1943,
entre otras medidas de carácter revolucionario, Perón y el GOU impulsaron la
nacionalización del comercio exterior, la nacionalización del Banco Central y
la nacionalización de los depósitos bancarios, para sustentar la independencia económica de nuestra
Patria. Por el contrario, los gobiernos democráticos posteriores al Proceso
mantuvieron la matriz económico-financiera impuesta por José A. Martínez de Hoz
y sus Chicagos boys, a punta de bayonetas. Curiosa contradicción: el
auto-titulado “proceso más transformador de la historia argentina” se sustenta
en las leyes de la sangrienta y servil dictadura de 1976. Es que, muchachos, no
hay que exagerar, ni ser tremendistas ni pasarse de rosca: la “revolución” debe hacerse sin molestar ni perjudicar en lo más
mínimo al imperialismo internacional del dinero.
José Arturo Quarracino Juan
Carlos Vacarezza
Sub-coordinador general Coordinador
general
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